El caos del sábado en las estaciones de Atocha y Chamartín se extendió al domingo, cancelando veintitantos trenes, alterando infinidad de horarios y obligando a miles de viajeros a ir a la estación para medirse con el destino y ver si los «recolocaban» en un ... tren que sí funcionase. Con un tren volcado en un túnel como un animal moribundo, el ministro de Transportes habló de un accidente «nada normal», pero pasó por alto que la coincidencia de situaciones extraordinarias se esté volviendo del todo ordinaria. El ministro estaba en Lugo porque le daban el premio 'V de vecino' y se quedó allí, tras hacer unas declaraciones, para «disfrutar del día». Se conoce que lo del respeto a la soberanía popular es así: te permite ausentarte del Parlamento cuando se vota tu reprobación por la gestión ferroviaria, pero no te permite ausentarte de la comida popular del Día do Veciño para irte a currar al ministerio hasta que se restablezcla el tráfico ferroviario entre Madrid y Levante.
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Ayer Óscar Puente dejó caer que todo podría estar resuelto hoy mismo, pero en Adif no parecen verlo tan claro. Con el personal cogiendo cada vez más el coche por terror preventivo a Renfe, Puente es un ministro de Transportes que exuda suficiencia y gusta de regodearse en la incompetencia ajena. Hace ya varios andenes atestados de gente confundida y furiosa que su dimisión habría sido irreprochable. A estas alturas, lo proporcional sería que el máximo responsable apareciese en kimono en Atocha, escribiese sobre su abanico de guerra un último tuit contra el PP y procediese al suicidio ritual en términos ministeriales, disculpándose ante el país porque el deshonor que acumulan esos trenes es insoportable. Falta en España un novelista capaz de reflejar la derrota en el frente ferroviario, que no es ya el de la puntualidad, sino el del mero funcionamiento, y que tanto se presta a ser interpretado del peor modo posible: como sintomatología de un país decadente. 'Trenes rigurosamente estropeados'. El título la verdad es que sale solo. Ante el caos de ayer en Atocha hubo quien pasó a la acción y se puso a hacer una conga. Llama la atención porque lo tradicional en estos casos de maltrato al ciudadano siempre fue hacer barricadas.
EE UU
Kamala Harris cumplió ayer 60 años, que son los nuevos 20 si los comparas con los 81 de Biden y los 78 de Trump. Desde su insultante juventud, la candidata denuncia el discurso cada vez más «desquiciado» de su rival. Exagera. Ayer Trump apenas la llamó «vicepresidenta de mierda» en un mitin. Sucedió en Latrobe, que es la localidad natal del golfista Arnold Palmer, lo que hizo que el candidato a liderar de nuevo lo que vaya quedando del mundo libre se tirase un cuarto de hora refiriéndose al difunto golfista -un «hombre fuerte y duro»- para terminar resaltando como es lógico a quince días de las elecciones las dimensiones de su pene, el de Palmer. «Cuando entraba en la ducha con otros profesionales, estos salían diciendo: 'Oh, Dios mío, eso es increíble'», informó Trump a la nación. ¿De dónde habrá sacado Kamala lo del discurso desquiciado? Pasando a la geoestrategia, Trump no solo parece creer que Putin y Xi le respetan, sino que lo hacen porque está «loco», o sea, porque es un matón peligroso: justo la clase de perfil que intimida al Kremlin y al Partido Comunista de China. Por razones que ignoro, Trump también se ha declarado recientemente «el padre de la fecundación 'in vitro'».
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