La vida política española termina instalando en el ciudadano la resignación del concursante televisivo: «Venga, hemos venido a jugar». Eso explica que a uno pueda parecerle contraproducente el uso de lenguas cooficiales en el Congreso, pero le parezca peor perderse el espectáculo. A ese respecto, ... buenas noticias. El próximo martes los diputados podrán utilizar el euskera, el catalán y el gallego en sus intervenciones. Sucederá bajo la égida de la presidenta Armengol un año después de que el PSOE rechazase en la Cámara, bajo la égida de la presidenta Batet, el uso de exactamente las mismas lenguas. El cambio se explica por los motivos más hermosos e integradores, pero solo tiene que ver con la necesidad del voto nacionalista para investir a Pedro Sánchez. Otra sesión de investidura, la de Feijóo, servirá para admirar el Parlamento plurilingüe en su esplendor. Ocurrirá el día 26, siempre que el líder popular consiga la hazaña de llegar políticamente vivo a fin de mes.
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Mientras se reforma el reglamento, en el Congreso, templo de la palabra, no parecen saber cómo integrar las lenguas cooficiales. Los letrados advierten del berenjenal y la presidenta Armengol aun se plantea que los diputados se traduzcan a sí mismos. Eso sería gracioso. Pero vulneraría el objetivo plurinacional a menos de que el diputado que hable, pongamos por caso, en gallego sea capaz de traducirse al español y también al euskera y al catalán. No sabemos qué pasará con el asturiano, el eonaviego y el aragonés. Tampoco sabemos qué nos pasa en la cabeza para haber terminado identificando en cada diferencia una ventaja a rentabilizar. Escuchamos estos días con una gravedad cercana al dramatismo que las lenguas maternas conforman identidades y albergan cosmovisiones. Por eso los políticos tienen derecho a hablar la suya en el Congreso. Y por eso la mayoría de los niños no tienen derecho a estudiar en la suya en el País Vasco. Pronto veremos si en el nuevo Parlamento polifónico, los diputados terminan recurriendo al azar de tener una lengua común o si todo se resuelve con batallones de traductores. En tal caso, sus señorías deberían hacer como el ciudadano y decirse que han venido a jugar antes de quitarse el pinganillo y apostar en serio por la inmersión lingüística.
Rubiales
Pues al final la entrevista de Piers Morgan a Luis Rubiales en la tele británica fue un rollo. Aburría hasta la puesta en escena. Los protagonistas parecían dos hombres recién divorciados esperando en la trastienda de un estudio fotográfico para renovarse la foto del carné. Morgan entrevistó sobreactuado y pastueño y Rubiales reprodujo su estrategia defensiva. Apenas reveló que también había besado a Jorge Vilda y que habría besado igualmente a un jugador de la selección masculina, a Adama Traoré pongamos por caso. Quizá el juez detecte ahí un patrón delictivo continuado. Frente a un Piers Morgan que fingía tener corazón, Rubiales también habló de su madre. Dijo que la visitó hace poco y le llevó su helado favorito. No funcionó. Estando aún recientes las vacaciones en Salou, yo creo que al público inglés le habría emocionado más que le llevase a la mujer una paella grande y una jarra de sangría.
Sancho
Es conocida la teoría que establece que todos los habitantes del planeta estamos a una distancia de seis contactos. Debe de haber otra que establece que todo escándalo termina salpicando a Froilán, el sobrino del Rey. Ahora se dice que Daniel Sancho intentó contactar con él tras el crimen en Tailandia. Parece que tienen amigos en común y se seguían en redes. Otra razón para no tener Instagram. Y otro motivo para asombrarse del modo en que, desde el comienzo, se está abordando un asesinato particularmente atroz como un temazo de la crónica rosa.
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