Tampoco pasarán

Ayer al cierre de esta edición el presidente no había enviado una tercera carta a la ciudadanía. De modo que lo hizo cuando el juez instructor citó a declarar a su mujer como investigada por presunto tráfico de influencias, pero no cuando la Fiscalía Europea envía a la UCO a recabar documentación referente a eso, a las influencias, a una empresa pública. Otra cosa que sí ha hecho Pedro Sánchez es llevarse a su mujer a un mitin para que la aclamen y no se sepa si el «no pasarán» es por los fascistas o por los jueces de instrucción.

A favor del máster que ya no impartirá la Complutense, debo decir que sí me parecía pedagógico. Yo aprendí gracias a él que las siglas TSC no hacen referencia a una enfermedad venérea ni a algo decisivo que está en la parte de atrás del televisor, sino a la Transformación Social Competitiva. ¿Qué es eso? Pues algo que permite hacer «prototipado de experiencias transformadoras», «intraemprendimiento» e «ideación de proyectos», que imagino será como la ideación suicida pero más animada. Ignoro por completo si la mujer de Pedro Sánchez ha cometido algún delito y creo que es un desastre equiparar la condición de investigado con la de culpable. Pero desde luego asombra la facilidad con la que hay quien parece dispuesto a tolerar la elevación de la canonjía moderna a la disparatada altura de la presidencia del Gobierno.

Ayer se cumplieron ochenta años del 'Día D' y los actos celebrados en Normandía convocaron a líderes políticos y a supervivientes del Desembarco. También una cantidad extra de simbolismo. Si el recurso de intentar iluminar todo lo que ocurre y es grave con el foco de la primera mitad del siglo XX es en nuestra época constante, la guerra de Ucrania ha colocado a Europa ante la presencia de una potencia hostil y expansiva. Joe Biden fue ayer claro en su discurso ante las lápidas blancas de Colleville-sur-Mer. «La lucha entre la dictadura y la libertad no ha terminado», dijo. «Los ucranianos luchan con extraordinaria valentía y no dejaremos de ayudarles». Frente a Biden, ancianos frágiles y muy condecorados, miembros de lo que los estadounidenses conocen como «la generación más grande». Ellos han vivido las vidas que no pudieron vivir sus compañeros muertos en las costas de Francia, un lugar al que llegaron antes por las circunstancias que por las convicciones. De las playas y cementerios de Normandía no se trae uno tanto grandes certezas como una sensación extraña: la de estar frente a miles de jóvenes que no solo han quedado sepultados bajo la tierra sino también bajo el relato.