Seis naciones

Que después de Rusia y Qatar le tengamos cogida la medida a la FIFA también explica que la noticia del Mundial esté causando aparentemente una ilusión relativa. Es que ves a Infantino felicitándote como país y empiezas a notar cómo caes en el índice de democracia de 'The Economist'. Además de la multiplicación de las sedes, la FIFA impone en su voracidad la multiplicación de los equipos. Así que los mundiales se complican de un modo enrevesado y se transforman en algo distinto al viejo paraíso infantil. En 1982 bastó con generar a Naranjito en un sueño lisérgico y con disfrazar a las hermanas Hurtado de árbitro para entender que el Mundial era una ocasión para la felicidad. Ahora ves a cualquiera disfrazado de árbitro y te preguntas si estará vendiendo informes técnicos a precio de oro, ya sea a un equipo de Primera o al cartel de Sinaloa. Que el Mundial sea necesariamente un éxito de la gestión de Luis Rubiales es algo que imagino no se puede decir y que, al mismo tiempo, algo querrá decir. Ayer comenzó a circular que Marruecos quiere que la final se juegue en Casablanca. Y fíjense si la ilusión será relativa que aún no ha salido nadie a decir que en 2030 ni el Camp Nou ni San Mamés estarán en España.

Cabe imaginar que a los escolares vascos se les insiste en la importancia de expresarse con claridad y precisión, respetando la sintaxis y la lógica y entendiendo que la palabrería y el énfasis son trucos que emplea quien no sabe qué decir y quien quiere colocar mercancía averiada. A este respecto, es un ejemplo de vanguardia pedagógica que el discurso político en torno a la Ley de Educación pueda funcionar como material antipedagógico. El pacto inicial que se nos vendió como histórico consistía en que Bildu celebrase la inmersión lingüística mientras el PSE celebraba el mantenimiento de los modelos lingüísticos. Y ahora el pacto definitivo entre PNV y PSE significa al mismo tiempo que los modelos se mantienen y que el modelo A desaparece. El ciudadano no entiende nada. El estudiante, en cambio, podría protestar. Dentro del mundo de la educación, ¿por qué es justo él quien sí tiene que expresarse con precisión y claridad?

Lo mejor de los Nobel de literatura inesperados es que pillan al autor haciendo cualquier cosa. Ayer el noruego Jon Fosse estaba conduciendo hacia un fiordo cuando llamaron de Estocolmo. Ojalá se diese uno de esos líos: «Espera, paro y te llamo yo. ¿El Nobel dices?» Lo peor de los Nobel de literatura inesperados es lo que hacen los gigantes con las pequeñas editoriales que acogen durante años a un autor secreto por pura devoción. De todos los escritores del mundo, al que firmó anteayer Penguin Random House fue justo a Jon Fosse.