En Alemania hay casi tres millones y medio de refugiados. El dato lo ofrece el Gobierno federal a requerimiento de Die Linke, la izquierda a la izquierda de la socialdemocracia, que, con lo que parece un gran olfato para el 'zeitgeist', quiere demostrar que los ... refugiados no son tantos. Alemania tiene ochenta y cinco millones de habitantes. Y la cifra de refugiados tiene contexto: un tercio son ucranianos, o sea, europeos cuya causa compartimos; también europeos que están deseando volver a su casa en cuanto el invasor ruso salga de ella. Mezclar a los refugiados, o sea, a los perseguidos, con los migrantes es además una tendencia engañosa. Die Linke acusa al tripartito que gobierna Alemania de ceder ante la idea de que una minoría causa la mayoría de los problemas. Pero es demasiado tarde. El canciller Scholz impone controles en las fronteras terrestres, Hungría y Países Bajos quieren abandonar las normas de asilo de la Unión, Giorgia Meloni es redimida por su política de inmigración y Tezanos redirige la preocupación española hacia la gente de fuera. El espíritu de los tiempos. El domingo hay elecciones en Brandenburgo y, si los últimos sondeos benefician a la ultraderecha como en Turingia y Sajonia, aún veremos al socialdemócrata Scholz revisando coches personalmente y sacando inmigrantes a patadas. El giro argumental es antológico: el modo de no alimentar a la ultraderecha consiste ahora en abordar enérgicamente los temas que hasta ayer mismo había que evitar… para no alimentar a la ultraderecha.
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«Schengen es uno de los mayores logros de la Unión Europea, y debemos protegerlo y ampliarlo», dijo Olaf Scholz en la Universidad Carolina de Praga en un discurso famoso. Han pasado dos años y Alemania suprime con unilateralidad y urgencia la libre circulación europea. En aquel discurso, el canciller propuso ideas sensatas y complejas para abordar la inmigración. Entre ellas, desterrar la ingenuidad y luchar contra los abusos. Aunque nada resulta hoy tan melancólico como el llamamiento de Scholz a trabajar con previsión «en lugar de reaccionando 'ad hoc' a cada crisis».
Sanidad
Sanidad anuncia que en año y medio el ciudadano dispondrá de una tarjeta sanitaria con la que podrá ser atendido en todo el país. Como se sabe, hoy el ciudadano lleva la peculiaridad autonómica en la tarjeta y eso dificulta el entendimiento interterritorial y genera episodios fantásticos. A veces el ciudadano incluso debe mostrar una tarjeta de desplazado, como si en lugar de un catarro en el pueblo de los abuelos le hubiese sorprendido una guerra en el Imperio Austrohúngaro. Si el desarrollo en la emisión de tarjetas supera la complejidad de la plurinacionalidad autonómica asimétrica, el momento es histórico, emocionante, fundacional. Hace poco, el ministro de Economía habló de crear una autonomía 18 en la que realizar trámites válidos para todo el país. Dejando a un lado que yo ya estoy a favor de cualquier idea que no genere discurso, parezca práctica y aparente estar relacionada con la lógica, me pregunto si no sería mejor hacer un país en el que todos los trámites se realicen con eficacia. También porque la creación de una comunidad inexistente -y por tanto ahistórica y silenciosa- podría causarle al ciudadano español un deseo inmediato e insuperable: el empadronamiento.
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