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El caso que sí va a acabar con Luis Rubiales comenzó con el propio Rubiales comportándose como un demente en la final del Mundial femenino de fútbol. Su actuación incluyó estrujamiento de entrepierna en el palco, estrujamiento de jugadoras en el césped y un beso ... en los labios de Jenni Hermoso que la Fiscalía de la Audiencia Nacional dejó ayer en la línea de gol del procedimiento penal, por si la futbolista quiere empujarlo. Dicho de otro modo: el espectáculo del Mundial comenzó tras el Mundial, con la máquina de la propaganda oliendo sangre y probando suerte como cada vez que pasa algo en Twitter, ya sea esto el pecho de una cantante o los gritos de un colegio mayor. Esta vez la cosa prendió y ayer se hablaba de «cultura de la violación», mientras anteayer se proclamaba la «absoluta y extrema vulnerabilidad» de Hermoso, una mujer de treinta y tres años con el carácter necesario para lanzar un penalti ante ochenta mil personas en la final de un Mundial.
El frenesí ideológico produce linchamientos y Clara Serra advierte del peligro de no contar con herramientas más allá del Código Penal para combatir lo inadmisible. Como si un juicio y una multa fuesen para según qué actitudes mayor castigo que la certeza de que todo el mundo te considera un impresentable. A ese respecto, el mérito de la máquina polarizadora consiste en dividir a una sociedad que tardó un segundo en ponerse ella sola de acuerdo en que a Rubiales su comportamiento debía costarle el puesto.
Ver llegar con la sanción ejemplarizante a Infantino es otro prodigio que paladear. Aunque ninguno como los posicionamientos públicos virtuosos. Entre mis favoritos, el de Joan Laporta por el lado de la nueva masculinidad no tóxica y el de Joseba Permach por el de la autoridad moral en la defensa de los derechos ajenos. Así estamos. Ayer la madre de Rubiales comenzó una huelga de hambre en una iglesia de Motril y la gente pensó en Berlanga. Como después hubo asamblea en la Federación para medir fuerzas y reducir daños, yo recordé a Hawks. 'Los federativos los prefieren rubiales'. Sinopsis: la gente del fútbol se enreda en un frenesí de tretas, trampas y puñaladas mientras intentan que amaine el temporal y el dinero siga fluyendo en la dirección adecuada.
Amnistía
Keats maldijo a Newton por acabar con la magia del arcoíris al descomponer la luz, pero se equivocó: el conocimiento redobla la maravilla. Lo comprobamos ahora que, sabiendo cómo fue lo de los indultos, asistimos a cómo marcha lo de la amnistía. El ciclo de la cesión al independentismo es exacto y fascinante. Va de lo imposible a lo idóneo, de lo inadmisible a lo audaz, y pasa por etapas hermosísimas como el repentino dictamen favorable de los juristas afines. «¡Lo hemos estado mirando y, oye, resulta que sí!». Ayer Yolanda Díaz «corroboró» que una ley de amnistía es «absolutamente constitucional». Y Ernest Urtasun instó al PSOE a no ser prisionero del término 'amnistía'. Pues igual tiene razón. ¿Y si el problema es el nombre? Dando por hecho que los hombres y mujeres de Estado, o sea, las personas de Estado, trabajamos en esto todavía un poco en borrador, lo propondré de modo provisional: Ley de Pelillos a la Mar.
Reino Unido
El control de las fronteras es otra de esas cosas que el Brexit garantizaba y que tampoco ha salido bien. Tras intentar colocar previo pago los inmigrantes irregulares en Ruanda, el Gobierno de Rishi Sunak se plantea ponerles brazaletes electrónicos. Si tampoco funciona, no es descartable que la lógica británica apueste por poner brazaletes en los brazos de todos los habitantes de los países de los que llegan solicitantes de asilo. Algún modelo habrá que suelte descargas en las cercanías de los blancos, blanquísimos, acantilados de Dover.
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