Más de tres mil detenidos, setecientos policías heridos, cinco mil coches dañados, mil edificios atacados. Una semana después, el balance de lo ocurrido en Francia tras la muerte en un control de un joven de la 'banlieue' adquiere una dimensión catastrófica. La escala se mantiene ... en el plano político si pensamos que la fractura en Francia se ahonda, que la violencia arroja votantes en brazos del Frente Nacional, que Macron no puede ejercer de líder mundial si cada vez que tiene un viaje le estalla una revuelta y que, antes o después, a nosotros la situación nos la termina explicando Monedero moviendo las manos como si se las controlase un ventrílocuo invisible para darle credibilidad.

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Ayer los alcaldes republicanos se pusieron la banda tricolor y se manifestaron en apoyo de Vincent Jeanbrun, el regidor al que casi le queman la casa con la familia dentro. «La democracia está siendo atacada, los cargos electos, los profesores, las fuerzas del orden…», dijo Jeanbrun. Anne Hidalgo, que además de alcaldesa de París es inmigrante, pidió un país más social, más laico y más fraterno. El discurso republicano es tan ejemplar que emociona. Lo malo es que no funciona. Los suburbios están llenos de jóvenes franceses a los que la república uniformada considera sospechosos. Muchos son casi niños. Luc Bronner, periodista de 'Le Monde' que ha cubierto los disturbios, resaltaba ayer en un chat con los lectores que, por lo que él ha visto sobre el terreno, los encapuchados son casi exclusivamente chicos muy jóvenes y, entre ellos, abundan los menores de edad, catorce o quince años, que se muestran incontrolables. Bronner explicaba que estos adolescentes actúan con «omnipotencia infantil», tomándose como una fiesta el control del territorio y el enfrentamiento con la autoridad. En Francia se habla desde hace tiempo de la chispa que hará que todo estalle, pero se hace de un modo particular: entre fuegos artificiales transformados en misiles. Ayer los servicios de inteligencia identificaban en los suburbios violencia organizada «con el objetivo de matar» y los periódicos hablaban de un episodio «confuso y preocupante» en el que fueron detenidos en Lyon dos ultraderechistas armados que habían salido a «hacerse unos negros y unos árabes».

Lagun

Orgullosos

La librería Lagun cierra después de medio siglo en el que les tocó resistir primero al franquismo y después a la violencia nacionalista. Durante años, las pintadas en la fachada de Lagun formaron parte del paisaje indiferente de la Parte Vieja de San Sebastián. La librería fue quemada en 1996. Cuatro años después, ETA atentó contra José Ramón Recalde, exconsejero del Gobierno vasco y fundador de Lagun junto a su mujer, María Teresa Castells, e Ignacio Latierro, hoy único superviviente del grupo. A Recalde le dispararon en la cara y, tras el atentado, siguieron apareciendo en la librería dianas y amenazas. Cuando Lagun sufrió un ataque con piedras, pintura o fuego, hubo quien se acercó a comprar un libro dañado como muestra de apoyo entre la incomodidad circundante. Toca recordarlo ahora que el orgullo que merece sentir una sociedad se computa al parecer por la asistencia masiva a espectáculos deportivos.

País Vasco

Los ahogados

El verano es generoso en placeres simples e inigualables. Destaca entre ellos el de zambullirse en el agua, ya sea en la playa o en la piscina, en el río o en el pantano. El modo en que se agazapa la desgracia en esos paraísos es especialmente estremecedor. No hay verano sin ahogamientos, que parecen llegar en series fatales y que antes o después incluyen tragedias como la del niño de diez años muerto el domingo en Abadiño. Tras el drama, llega la necesidad de explicaciones, más urgente aún cuando la inocencia hace imposible la temeridad.

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