Contundencia y transparencia. No como el PP. Hay que estar orgullosos… Son los tres pilares sobre los que el PSOE edificó ayer su defensa tras la filtración del informe de la UCO que eleva el 'caso Koldo' a las plantas altas de la corrupción. Es ... como si los expertos en gestión de crisis no hubiesen llegado a tiempo. Y mira que conducen rápido. «Estoy a treinta minutos, llegaré en diez», garantizaba el Señor Lobo. El caso es que en la red séptica de chanchullos que implica al exministro de Transportes y exsecretario de Organización del PSOE ya hay oro viniendo de Venezuela, un empresario con setenta kilos fuera del país, un apodo para el presidente («el 1») y un apartamento de lujo pagado por la trama para Jésica, la joven relación sentimental complicada del exministro. También hay una nueva versión para lo de Delcy Rodríguez, el bulo generado por los pseudomedios. Pedro Sánchez sabía que la vicepresidenta de Venezuela venía adonde no podía venir, pero lo que se completó cuando aterrizó en Barajas fue un «no viaje». Lo aclaró ayer el presidente en una controladísima comparecencia desde Roma en la que llegó a trasladarle a la ciudadanía su absoluta confianza, ¡la suya!, en el Gobierno de España; pero dejando de lado, eso sí, «los asuntos personales».
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Yo no quiero asustarles, pero puede que lo de la regeneración vaya regular. Para entenderlo en su exacta medida, conviene volver al discurso de José Luis Ábalos en la moción de censura de 2018. Son de pronto unas imágenes tan irreales que parecen generadas por IA. No pudo pasar, te dices. Pero pasó. Y ahí está Ábalos en la tribuna del Congreso, rebosante de indignación y autoridad moral, reivindicando la decencia, garantizando que no todos los políticos son iguales y llamando a recuperar la dignidad. Severo, probo, irreprochable, Ábalos se dirige de tú a tú a los españoles: «No podemos tolerar la corrupción ni la indecencia como si fuera algo normal. No podemos normalizar la corrupción en nuestras vidas ni en las instituciones. La decencia debe ser algo esencial, no accesorio. La corrupción no puede ser algo inevitable…».
Everest
Una de las fotografías fantasma que propone la historia muestra a los alpinistas Andrew Irvine y George Mallory en la cima del Everest el 8 de junio de 1924, o sea, treinta años antes de que Hillary se convirtiese en el primer hombre en llegar al lugar más alto del planeta. Se sabe que Irvine y Mallory murieron a unos doscientos metros de la cumbre, pero no si murieron antes o después de hacer cima. La respuesta podría estar en la cámara Kodak que llevaban consigo. Ahora el hallazgo de una bota de Irvine reactiva una búsqueda legendaria. También confirma que el equipamiento con el que contaba aquella gente consistía sobre todo en jerséis gruesos. Aunque hay fotos de Mallory con camisa y chaqueta y no se sabe si está en el Himalaya o en un jardín de Bradford esperando el té. La verdad es que merecería haber sido el primero. Mallory es el paradigma del alpinista romántico. Y un personaje asombroso que fue amigo de Keynes y de Virginia Woolf y por las noches recitaba a Shakespeare en la tienda de campaña. Hoy los himalayistas no tienen tiempo porque los ochomiles los suben uno detrás de otro, a veces corriendo, y al llegar al campamento lo que tienen que recitar son patrocinadores.
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