Unas horas después de atacar por el lado inesperado del flamenco, Israel Katz, ministro de Exteriores del Gobierno de Netanyahu, le mentó a España lo inevitable: la Inquisición. Un poco como Maduro o López Obrador. A través de Twitter. Y citando con la arroba a Pedro Sánchez y a Yolanda Díaz, que soltó lo del río y el mar probablemente convencida de que ningún daño podía hacerse con dos manifestaciones hidrológicas tan preciosas y presentes en los poemas de Rosalía.

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La diplomacia ha cambiado mucho. Parece que ya no se trata de controlar tu lengua en siete idiomas sino de hacerte viral y dejar caer el micro como un rapero conflictivo. Si sorprende la ruptura de un código de cortesía impostado pero útil, o sea, civilizado, espeluzna la frivolidad.

Componiendo la perfecta imagen del bocazas digital, el ministro de Exteriores israelí difunde vídeos falaces que mezclan la violencia terrorista con el humor grueso y los bailaores chungos horas después de que su Gobierno bombardee un campo de refugiados en Rafah quemando vivos a docenas de civiles inocentes.

Y, tras el vídeo siniestro y chistoso, la amenaza a un país que toma la decisión más o menos oportuna, pero legítima, de reconocer al Estado palestino. «Dañaremos a quien nos dañe», tuiteó ayer Katz. Horas después, en plan pasivo-agresivo, como pidiendo que alguien le quite el móvil, el ministro sube una imagen atroz generada por Inteligencia Artificial en la que se ve a una gente levantado el puño bajo las banderas española e israelí con una idea repentina: «El pueblo israelí y el pueblo español son amigos». Y no es que los pueblos sean amigos es que, por más inciertos que sean los orígenes del flamenco, precisamente del flamenco, tú escuchas un canto sinagogal sefardí y te preguntas cuándo llegan los olés y el guitarrista, uno de los buenos además, de los que tienen por apodo una hortaliza en diminutivo. Si la historia siempre es sangrienta, el espíritu de los tiempos soporta un peso irresponsable y grotesco. Una sola certeza parece aclararse cada día en el drama sin salida de Oriente Próximo: los intereses de Israel y los del Gobierno de Netanyahu avanzan por caminos separados.

País Vasco

Cadena de errores

El asesinato hace un año en Vitoria de una joven embarazada a manos de su exmarido y frente a su hija pequeña hizo aflorar lo que el Gobierno vasco llamó «una cadena de errores». El peor tuvo que ver con que la joven regresó al País Vasco desde Valencia con un nivel de protección extremo como víctima de violencia de género que le fue notificado a la Ertzaintza por la Guardia Civil. Sin embargo, los protocolos de la Policía autonómica rebajaron el riesgo a uno básico tras entrevistar a la mujer y realizarle un cuestionario que poco tenía que ver con una evaluación en la que se pudiese detectar a una víctima en especial peligro al no reconocerse como tal. Que el único responsable de lo ocurrido en Vitoria fue el asesino lo recordó en su momento la familia de la mujer, pero eso no aminora la tragedia: el sistema le falló a alguien que se acogió a él y pidió ayuda. Lo que quedaba por hacer era corregir los errores y ahora la Ertzaintza respeta las órdenes de protección que llegan del resto del país y se toma con tiempo las evaluaciones propias. No quedaba otra opción. Cómo justificar que en la lucha contra la violencia machista la diligente puesta en común de información, métodos y recursos no es ineludible.

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