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Poesía y magnicidio
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El agresor de Robert Fico parece ser por ahora un fanático polivalenteJuraj Cintula, un jubilado eslovaco de 71 años, disparó el miércoles cinco veces contra el primer ministro de su país. El intento de magnicidio en ... Centroeuropa adquirió al instante graves resonancias históricas y nos situó frente a lo obvio: no tenemos ni idea de lo que pasa en Eslovaquia. Para solucionarlo, lo más rápido era el método inductivo. Al ser todo en este tiempo blanco o negro, la identidad del primer ministro nos aclararía por contraste lo ocurrido. Así nos enteramos de que Robert Fico es un líder ultranacionalista y contrario a la inmigración, autoritario y de inclinaciones prorrusas. La sorpresa llegó al conocer que su agresor, además de un asesino por fortuna mejorable, estaba contra Fico por el desmantelamiento de la televisión pública pero parece él mismo bastante racista y relacionado con grupos paramilitares prorrusos. Para complicarlo todo más, el hombre es poeta, miembro de la Asociación de Escritores Eslovacos y fundador del Movimiento contra la Violencia, que en mi opinión debería abrirle al menos un expediente informativo al miembro que le pegue cinco tiros a un semejante.
El hijo de Cintula cree que en la cabeza de su padre algo cortocircuitó porque puede ser rebelde pero no violento. Parece que se hizo con la pistola que utilizó contra el primer ministro cuando trabajaba como guardia jurado y tuvo una mala experiencia. Fue agredido por un tipo que entró en un súper y se puso a hacer malabarismos con los pollos. Así se escriben las biografías. Y, por más que hoy todo sea blanco o negro, también es muy contemporánea la opción de ser un fanático polivalente. Que los perfiles sumarísimos se escriban a beneficio de inventario explica que ayer Cintula fuese comunista y fascista, agente de Putin y esbirro de la OTAN a conveniencia. Lo indudable es que la violencia política en un país de la UE acaba de rozar el magnicidio. Y lo inquietante es comprobar, en Eslovaquia y aquí, el automatismo suicida: clamar contra el peligro de la polarización responsabilizando a los otros -a la esencia intolerable de los otros- de tus propios actos polarizadores.
Hace siete años, un estudio de Cambridge y la Royal Society of Public Health equiparó Instagram con el tabaco en términos de capacidad adictiva. La diferencia, pensamos entonces, es que el paquete de Marlboro no cronometra cuántos minutos llevas sin fumar para iluminarse, hacer sonar una canción incitadora ('Que corra la nicotina', por ejemplo, de Siniestro Total) y expulsar ligeramente un incitante cigarrillo si tu abstinencia deja de ser circunstancial para ser virtuosa. Hace tres años, el estudio lo hizo Facebook y determinó que uno de cada ocho usuarios tiene problemas «similares a la adicción». La solución anunciada fue establecer mecanismos para que el usuario obsesionado mirase «otros contenidos», lo que volviendo al tabaco vendría a ser como servirte un whisky para ver si así se te quitan las ganas de fumar. Es fácil sospechar que las tecnológicas no luchan contra la adicción porque la adicción es en el fondo su negocio. La Comisión Europea vuelve ahora a investigar si Facebook e Instagram anulan la voluntad de los menores y prepara sanciones. Si el empeño es loable, la batalla es desigual. En Facebook no debe de quedar ya un solo menor. Están todos mirando TikTok con las pupilas en llamas.
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