Planes de futuro

Puestos a envejecer así, en masa, es buena idea prepararse para el futuro con cambios más estructurales que puntuales. No suena mal que el Gobierno vasco vaya a modificar el decreto que regula el funcionamiento de las residencias imponiendo más personal dedicado a la atención directa o la presencia constante de personal sanitario y apostando por residencias de menos de ciento cincuenta plazas que favorezcan el trato familiar. El objetivo debería ser que la calidad de vida de los residentes sea la mayor posible y la experiencia de la pandemia, que golpeó tan duro en las residencias, debería ser el acicate. En aquel momento escuchamos a expertos hablar de la integración de lo social y lo sanitario y de conectar la Atención Primaria con las residencias. Eso sonaba realmente bien. Y se diría que requiere de bastante más que la modificación de un decreto. Al pensar en una sociedad envejecida, nos vienen a la cabeza las necesidades de los mayores. Y eso está bien. Pero no deberíamos olvidar darle la vuelta al pensamiento. Porque el problema peor es que la solución a esas necesidades tiene que salir de la misma sociedad envejecida a la que pueden no sobrarle la energía, la confianza y la ambición, virtudes que, entre muchos defectos, distinguen a la juventud.

Las expectativas electorales son el color del cristal con que se mira. Eso explica que, a la hora de confeccionar las listas, los partidos en racha hagan incorporaciones, promocionen perfiles y recuperen viejas glorias exhibiendo el pacífico consenso que se forja en la promesa del acceso al presupuesto. En los partidos con malas expectativas, en cambio, la lucha por los puestos es la lucha por la vida. Eso explica el lío del fin de semana en Ferraz y también, en parte, lo de Podemos y Sumar, una guerra que pide autores satíricos a gritos. Porque alguien tendrá que ocuparse de ese acuerdo firmado en desacuerdo. Y también porque la misma gente que tanto presumía de enfrentarse a los poderosos, de poner el cuerpo y ser valiente, de hacer historia y tener detrás mayorías sociales, a todas las mujeres sin excepción, nos descubra ahora que para ellos lo realmente imposible, el desafío inviable, es ir de número dos por Zaragoza.

Todo en Berlusconi era censurable y su legado lo intuyó pronto Montanelli: «basura rebosando el pozo». La hora final impone cierta tregua benévola y al menos Berlusconi sabía que el 'show' no admite lamentos. En 2002 llevaba un año en el poder y tuvo una salida memorable. «Desde que estoy en el Gobierno ha pasado de todo: el 11-S, inundaciones, terremotos…», comenzó preludiando excusas. Pero al instante lo 'berlusconizó': «Así que me está entrando complejo de superioridad. ¡Menos mal que estoy aquí! ¡A saber qué haría otro en mi lugar!».