Patadas de monja
Orduña ·
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Orduña ·
Quince monjas clarisas rompen con el Papa y con la Iglesia de RomaEn algún momento del día de ayer, alguien debió de entrar en el despacho del Papa en Santa Marta para darle la noticia: «Santidad, ha estallado la revuelta cismática entre las clarisas de Orduña y Belorado, Burgos». Me imagino a Francisco levantando la mirada de ... sus papeles para clavarla en el subordinado mientras le dirigía con la mano uno de esos gestos italianizantes que vienen a decir pero qué dices. «Unas monjas especializadas en trufas de alta gama han declarado a Su Santidad hereje en la categoría ingente, infame, impía y pérfida», añadiría el subordinado viendo con toda probabilidad cómo Francisco se iba poniendo rojo. «También han declarado a Pío XII último Papa legítimo, hablan del Latrocinio Vaticano II y se someten a la jurisdicción de un 'obispo' excomulgado: Pablo de Rojas Sánchez-Franco». Para entonces, la gente en Santa Marta ya habría dejado lo que estuviese haciendo para atender a los gritos que saldrían del despacho papal, cada vez a mayor volumen e incluyendo términos como 'boludo', 'quilombo', 'gallegos' y 'pelotudeces'.
Nuestras monjas cismáticas son quince y detrás de ellas está la compraventa de un convento en Derio y un obispo sedevacantista al que hace no tanto podía verse por el centro de Bilbao preconciliar y prehistórico, como recién llegado del Antiguo Régimen. El obispo es de reata 'thucista', como el Clemente aquel tan juerguista del Palmar, y fue excomulgado por el obispo Iceta. Al detectarlo tras la operación inmobiliaria, el obispado les paró los pies a las monjas y ahora estas abandonan el seno de la Iglesia. A patadas. Pese a ser unas reposteras celebradas hasta en Madrid Fusión, las hermanas han dado el portazo vaticano con un documento exento de dulzura: un enrevesado y alucinante manifiesto doctrinal de evidente aroma sectario. Si el camino que lleva del chocolate al pecado es conocido, no es frecuente recorrerlo tan a fondo e involucrando al mismísimo Papa. En Madrid Fusión las clarisas maravillaron con un bombón de mojito. Habiendo inmuebles de por medio, es probable que el obispo preconciliar eso no lo vea tan mal.
Puigdemont
Puigdemont anunció ayer, un día después de que Salvador Illa se impusiese amplísimamente en las elecciones catalanas, que va a presentarse a la investidura para liderar un Govern «de obediencia catalana». Puede que lo haga solo para regresar al país -prometió que retornaría para presentarse a la investidura- y, tras fracasar, comenzar una plácida vida de expresident, pero ya no en el exilio sino en nómina. O puede que lo haga porque en serio le ve posibilidades a la jugada de intentar forzar a Pedro Sánchez a que, en aras de su propia supervivencia, sacrifique a Salvador Illa reduciendo a cenizas al PSC. Lo gracioso es que, al analizar las opciones de Puigdemont, todavía hoy parecen valorarse los cálculos lógicos y darse por hecha la existencia de límites razonables. Son dos concesiones que no se sabe cómo encajan con el perfil de un dirigente de trayectoria aventurera, personalista e irresponsable que declaró unilateral y brevemente la independencia de su comunidad para huir a continuación al extranjero. De todos los trastornos postraumáticos de 2017, creo que este es uno de mis favoritos: no poder creer que el independentismo sea capaz de hacer lo que ya ha hecho.
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