Bill Russell y Bob Cousy, Julius Erving y Moses Malone, 'Magic' Johnson y Kareem, Larry Bird y McHale, Stockton y Malone, Jordan y Pippen, Shaquille y Kobe… La NBA también se explica por sus parejas legendarias. Ha habido en ellas un poco de todo. Lo ... que nunca ha habido es un padre y un hijo compartiendo equipo. Hasta ahora, que Bronny James ha debutado con los Lakers y con su padre, LeBron, que apenas le saca diecinueve años y veinte centímetros y al que, cuatro anillos después, apodan 'Rey James' por cualquier cosa menos por casualidad.
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Ha sucedido en el primer partido de la temporada, contra los Timberwolves: padre e hijo saliendo a la vez a la cancha y transformando la silla de cambios en una reunión familiar. Lo que pasó después es que papá comenzó a defender y anotar como si no hubiese un mañana mientras que el hijo apenas cogió un rebote. Y a los dos minutos, una vez certificado el hito paterno-filial, a Bronny lo sentaron porque los Lakers, además de querer mucho a la familia James, querían ganar el partido.
A favor del hijo de LeBron hay que decir que es un muchacho educadísimo que muestra la mejor disposición. El problema es que, siendo evidentemente un buen jugador, no parece tener el nivel disparatado que se les exige a los profesionales de la mejor liga del mundo y sí un padre que ha hecho de jugar con su hijo otro récord, el enésimo, a batir.
Se sabe que LeBron terminó su contrato la temporada pasada y condicionó cualquier posible renovación al fichaje del chiquillo. Los Lakers aceptaron porque tampoco vas a dejar que se te marche así una leyenda y quizá también por facilitar la conciliación familiar. El pobre Bronny dice que se concentra en no cometer errores mientras papá LeBron asegura que él, o sea, Él, no olvidará nunca estos partidos con su hijo. Gracias a Turguénev y Cat Stevens sabemos que el choque generacional es inevitable y fructífero a su manera. El problema es quizá que tu progenitor las lecciones te las dé en pabellones con miles de espectadores. Le diría uno a Bronny James que se rebele, pero eso tampoco será sencillo cuando tu padre es un tipo de ciento diez kilos que se ha pasado la vida pegándose con Paul Pierce.
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Vivienda
Al ser importante, el debate sobre la vivienda avanza del peor modo posible. Eso explica que hayamos visto a un autodenominado sindicato de inquilinos rechazando reunirse con el Gobierno porque iba a estar presente la patronal inmobiliaria. Si la originalidad de que un sindicato coloque el límite de lo aceptable en verse con la patronal es mucha, tampoco está mal que nuestros políticos hayan comenzando a echarse en cara las propiedades. Como si estar a sueldo de lo público desde los veintitantos, que es lo habitual en el político español de éxito, no diese al frisar los cincuenta para un patrimonio interesante. Aunque nadie lo señale, lo escandaloso son en realidad esas declaraciones de bienes franciscanas tras décadas de sueldazos en la Administración. ¿Qué vidas desenfrenadas justifican esas cuentas con cien euros y esos coches de 1995? Ayer Ione Belarra le echó en cara a la ministra de Vivienda que tenga tres propiedades e Isabel Rodríguez contestó que con ellas no puede afrontar ni la mitad del chalé de Galapagar. Se imagina uno a un joven español asistiendo al espectáculo y confirmando que es todo una cortina de humo antes de resignarse a mirar cómo va lo del alquiler, y el exilio, en Portugal.
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