Mañana en la Abadía de Westminster el arzobispo de Canterbury colocará la corona de San Eduardo sobre la cabeza de Carlos III y en ese momento el hijo de Isabel II será nombrado rey del Reino Unido y de los reinos de la Commonwealth, los ... catorce que van quedando. En la ceremonia habrá dos mil invitados y un montón de objetos impresionantes: túnica ceremonial, orbe del soberano, anillo de coronación… Si Benedict Cumberbatch está entre los invitados, puede que se levante y grite que él es el auténtico Doctor Extraño. De ocurrir, el actor será con toda probabilidad atravesado por la lanza de un coracero real. En Inglaterra acaba de entrar en vigor una restrictiva ley de orden público y la Policía Metropolitana advirtió ayer de que tratarán «con firmeza» a cualquiera que intente que los actos de la coronación de Carlos III no sean un éxito.

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Esas declaraciones han causado preocupación. Yo pensaba que porque anticipan la detención del príncipe Harry, pero en realidad lo hacen por el lado del derecho a expresar la propia opinión. Tiene sentido. No hay más 'inglesidad' en la gente que ya ocupa el centro de Londres disfrazada de bandera que en el ciudadano que intentará abrazarse desnudo a la carroza real para protestar contra la monarquía, la caza del zorro o lo que sea. Ambas tradiciones deberían ser protegidas porque requieren de una pasión similar. Y mucha paciencia. Que una coronación transforma Londres en un manicomio lo sabemos al menos desde la del Carlos anterior. Samuel Pepys asistió a la coronación de Carlos II y lo anotó todo en su diario. El hombre consiguió encaramarse a un estrado situado en el lateral de la catedral y se pasó allí siete horas para medio ver una ceremonia de la que se perdió el final por «una necesidad apremiante». Después fue con la multitud al palacio de Buckingham, comió, bebió, bebió, bebió, vio los fuegos artificiales y terminó el día vomitando porque nunca estuvo tan borracho. «Estoy seguro de que no volveré a ver nada semejante en este mundo», escribe Pepys en su diario el 23 de abril de 1661. Trescientos sesenta años después, la BBC anuncia que mañana hará en Londres un día húmedo y muy nublado. Buenas noticias. Un día perfecto, británicamente hablando.

Petro

Juego de yugos

El presidente de Colombia explicó ayer en Moncloa lo del yugo español citando 'Juego de Tronos' y aprovechando unas nociones sobre feudalismo del Bachillerato. Estuvo bien. Petro decía que el feudalismo separó a la gente en dos clases y tú te preguntabas cómo se explicará que una de esas dos clases se llame tercer estado. A partir de ahí, las guerras de independencia en Hispanoamérica no fueron para él una revolución liberal del tamaño de un continente, sino guerras campesinas en las que el vasallo se liberó del señor. Pues nada. Yo ya tengo dicho cómo hay que reaccionar a las exaltaciones ventajistas de los políticos de los países hermanos. Dándoles la razón fraternalmente. «Don Gustavo, parcerito, yo le digo que se nos liberaron ustedes bien bacano». Y listo. Que es muy fácil ver siempre el yugo en el ojo ajeno. Y muy raro indignarse por estas cosas justo el 2 de mayo, cuando tú celebras tanto la liberación del yugo francés.

Bolsonaro

Entre lágrimas

Entre los desastres del populismo también está la sobreproducción de sainete. No digo que sea lo más importante. Solo digo que debería contar. Que obligues al país a ocuparse de lo tuyo con una actriz porno, pongamos por caso. Ahora en Brasil se investiga a Bolsonaro por una supuesta falsificación de su certificado de vacunación que le habría servido para ir a Estados Unidos. Entre lágrimas, el expresidente se victimiza. Y garantiza que no se vacunó con más fuerza de la que emplea en garantizar que no manipuló los registros oficiales de salud.

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