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El pacto entre los grandes partidos para renovar el CGPJ cuestiona la dialéctica fratricida de los últimos añosEl pacto entre PSOE y PP para renovar el Consejo General del Poder Judicial ha generado lo que la adolescencia en la protagonista de la ... segunda parte de 'In and Out': la irrupción de un nuevo sentimiento difícil de manejar. La emoción recién llegada es contradictoria. Lo mismo apela a la responsabilidad y la lógica que aflora contradicciones insuperables en el discurso de los partidos. Se imagina uno al conservador más crédulo y furioso preguntándose desde hace unos días cómo se puede acordar nada con el partido de un autócrata que se trae entre manos un golpe de Estado. Y al socialdemócrata patriota de partido como Amparo Rubiales no entendiendo que sus líderes puedan pactar nada con la ultraderecha más ultraderechizada de Europa. Un paso más allá en ambas direcciones, Vox y la izquierda plurinacional a la izquierda del PSOE acusan a su socio respectivo de traición en mayor o menor medida y amenazan más o menos seriamente con suspender apoyos y romper pactos. Su reacción fue instantánea y muy llamativa, como si a los grandes partidos les riñese de pronto su propio trastorno de la personalidad. Mucha gente debió de saber qué pensar sobre la renovación del CGPJ al ver que a Ione Belarra y a Santiago Abascal les parecía al unísono un escándalo inadmisible.
Ahora las encuestas apuntan a que la mayoría de los ciudadanos encuentran lógico que los grandes partidos lleguen a acuerdos. Imagino que la otra opción es que a la mayoría de los ciudadanos les parezca bien que los grandes partidos trabajen por el enfrentamiento civil en uno de los dos o tres países del mundo en los que vivir es más sencillo. Por otro lado, siempre es curioso que no se subraye el número de votos que respaldan esos acuerdos hoy que vemos tanto mandato democrático como recién bajado del Sinaí soportado por representaciones tirando a exiguas. La pregunta ahora es si el entendimiento tiene algún futuro en un ecosistema político en el que hace tiempo que el énfasis fue superado por el delirio. Como a estas alturas sabemos que el sectarismo no solo es más rentable sino que es mucho más sencillo, el cronómetro del insulto -vamos allá- vuelve a ponerse en marcha.
Biden
Tras la debacle del debate, parece que Joe Biden persevera en su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos, amparándose mediante intermediarios en una narrativa épica y puramente americana. Algo como: sé que no soy joven y ya no ando tan ligero como antes, pero todavía distingo la verdad y la mentira y sé que cuando caigo mi trabajo consiste en levantarme. El problema es que, tras el debate del jueves, ya no es fácil saber si Biden habla realmente por sí mismo y si está en realidad al tanto de la espectacularidad de la caída. A la espera de lo que pueda pasar, impresiona ver cómo al presidente le están dejando de apoyar en su país los grandes medios afines a su partido. «Un demócrata geriátrico y masivamente impopular», definía por ejemplo el analista progresista Eric Levitz en el portal archiprogresista 'Vox'. La clave de todo está en que, si esa definición suena contundente, es mucho peor -y más certera- la piedra de toque, o sea, Donald Trump, actual candidato destacado a comandante en jefe u hombre más poderoso del mundo: «Un demagogo brutalmente xenófobo que fomentó una insurrección contra el gobierno de los Estados Unidos».
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