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Bukele logra una reelección aplastante y no demasiado constitucional

Martes, 6 de febrero 2024, 00:03

Cruce aproximado entre Juan Luis Guerra y el general Zod, Nayib Bukele es el autócrata que viene del futuro. El presidente de El Salvador encarna de un modo novedoso el populismo lacrimógeno y la ciberfantasía autoritaria, el estado de excepción y la libertad misteriosa del ' ... bitcoin'. Combinando lo moderno y lo clásico en la amenaza totalitaria, Bukele lo mismo pone a Coldplay en sus mítines que irrumpe con el Ejército en la Asamblea Legislativa y se pone allí a rezar para ver qué es lo siguiente que Dios quiere que haga. El domingo la Divinidad debía tener prisa y le pidió que anunciase su triunfo electoral cuando el recuento oficial apenas superaba el 20% de los votos. Para entonces, Bukele ya sabía que su victoria era «un récord en toda la historia democrática del mundo». Además de escasamente constitucional, la reelección del presidente de El Salvador era previsible. Su triunfo se sostiene sobre la lucha contra las pandillas en un país arrasado por la violencia. Tras llenar las cárceles de delincuentes tatuados, los salvadoreños idolatran a Bukele y en el país la oposición política es inexistente. La mediática está en cambio arrinconada cuando no directamente en Costa Rica. Mientras tanto, los países castigados por la inseguridad buscan un Bukele autóctono y los tiranos en prácticas van aprendiendo que el oficio ya no impone los fusilamientos y el uniforme caqui sino el manejo de TikTok y los jerséis 'slim fit'. Siempre dispuesto a fascinar a la chavalería con lecturas, Bukele se define en redes como el rey filósofo platónico. Y estos días ha estado intentando colocarle al mundo la mercancía averiada de que la democracia solo tiene que ver con el mandato popular, quizá les suene. No ha estado mal el espectáculo: alguien que a ojos vista experimenta un subidón de cesarismo intentando convencerte bajo los fuegos artificiales en su honor de que lo inteligente es olvidar el resto del paquete democrático. Por ejemplo, que el abuso está en la naturaleza misma del poder y que por eso el poder debe ser constantemente controlado.

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