Negóciame otra vez
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A Bildu le cuesta asumir el cierre de la negociación presupuestariaLa política vasca es un ecosistema extraño. Entre otras cosas, porque soporta desde hace tiempo fuertes corrientes subterráneas mientras exhibe en la superficie una placidez frecuentemente somnífera. Eso no impide que la siesta en el oasis genere momentos de gran originalidad. Por ejemplo, ver a ... Bildu negándose a aceptar que el Gobierno dé por cerrada la negociación de unos Presupuestos para los que en realidad no necesita apoyos. El consejero de Economía anunció ayer que no se habían encontrado «lugares comunes» con la oposición y en Bildu reaccionaron diciendo que no, que esperen, que todavía hay tiempo, que nomás nos queda esta noche, que no puede darse por muerto este amor apasionado, que anda todo alborotado, y se muere por volver… a negociar.
La composición del Parlamento redobla la extrañeza. En parte porque en política es la necesidad lo que antecede a la influencia y PNV y PSE no necesitan a nadie para aprobar sus Presupuestos. Y en parte porque Bildu obtuvo en las últimas elecciones los mismos escaños que el PNV. Su aval a las cuentas del Gobierno sería algo bastante aparatoso y asfixiante: una suerte de abrazo del oso parlamentario. La izquierda abertzale está sin embargo loca por pactar. Quiere pactar hasta al amanecer. Ha llegado a ofrecer pactos globales, ha pactado en la Diputación de Álava y sigue diciéndose dispuesta a hacerlo -son los últimos negociadores en pie- en la de Bizkaia.
Hay por ahí quien sospecha que, antes que los fríos números, a Bildu le interesa reforzar su aire tranquilizador e institucional mientras fija el relato de que son los demás los que no quieren acuerdos. La otra opción es que la coalición no actúe por estrategia sino por compromiso nacional y sentido del deber. Y por una fortísima pasión negociadora. Pues también puede ser. Quién sabe si dentro de treinta o cuarenta años no aparecerá en una sala olvidada del Parlamento vasco un diputado de Bildu de la XIII Legislatura que, exhausto y obstinado, seguirá negociando los Presupuestos de 2025 con la tenacidad del subteniente japonés Hiroo Onoda, que estuvo como se sabe intentando ganar él solo la Segunda Guerra Mundial hasta marzo de 1974.
EE UU
A Joe Biden le queda un suspiro en la Casa Blanca y ayer conmutó las penas de mil quinientos delincuentes. Del tirón. Y de paso indultó a otros treinta y nueve. Es la medida de gracia presidencial más multitudinaria de la historia reciente y la mayor que se ha hecho nunca en un día. Cierto que Jimmy Carter llegó al Despacho Oval y firmó el indulto de miles de jóvenes que habían eludido el reclutamiento para Vietnam, pero aquella fue una orden genérica mientras que Biden perdona casos individuales. En este caso, delitos sin violencia protagonizados por gente que ha conseguido reinsertarse, en muchos casos tras superar problemas con las drogas. El detalle hace inevitable recordar el indulto presidencial al hijo del presidente. «América se construyó sobre la posibilidad de las segundas oportunidades», explican desde la Casa Blanca. Y anuncian que Biden va a seguir con los indultos. La jugada es a su manera espectacular: soltar a todos los presos posibles, multiplicando el perdón y el privilegio, hasta que encontrar entre ellos a Hunter termine siendo algo así como encontrar a Wally entre las aficiones de un cuadrangular que jueguen Atlético, Athletic, Sporting y Almería.
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