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Habíamos visto a David Copperfield hacer desaparecer un Boeing, pero esto es mejor: la sociedad vasca haciendo desaparecer unas autonómicas. El martes hubo en TVE un debate entre los candidatos que nadie vio y del que nadie habla. Dos de los líderes, concretamente los que ... se disputan Ajuria Enea a cara de CIS, se olvidaron incluso de acudir.
Se insiste en la importancia que está teniendo el fútbol en todo esto y la razón se da como suficiente. Sin embargo, el Athletic sacó por primera vez la gabarra el 3 de mayo de 1983 en otra campaña electoral: faltaban cinco días para las segundas elecciones municipales de la democracia. Y los periódicos de aquellos días muestran que, si la celebración fue intensa, la campaña lo fue más. Piensen, por ejemplo, en Arzalluz diciéndole al votante indeciso entre HB y el PSE que no lo dudase: HB. Y en Alfonso Guerra diagnosticando sobre el terreno que el PNV tenía «complejo herribatasunero» y llamando a la contratación de psiquiatras en los batzokis. También diciendo que la gestión del PNV era «algo similar a lo que ocurre en el Irán de Jomeini». Antes el PNV había definido al PSE como «monaguillos, mamporreros y maquiavelillos», lo que no impidió que Euskadiko Ezkerra definiese a Arzalluz como «el continuador del cura de Santa Cruz que no ha conocido la lucha contra el franquismo, las huelgas ni las comisarías y por eso sustituye con verbalismo sus carencias».
Lo mejor es que la hemeroteca ofrece el viaje completo al pasado. El día después de que la gabarra surcase por primera vez la ría de Bilbao, cuando faltaban cuatro días para las municipales, ETA asesinó a tiros en un garaje de Santutxu a dos policías nacionales y a la mujer de uno de ellos, una profesora de EGB embarazada de siete meses. Las fotografías de los cadáveres y la crónica de los asesinatos dejan sin respiración. Ese mismo día un guardia civil fue ametrallado en Gernika y se lanzaron dos granadas contra Ajuria Enea. No es el fútbol sino el modo en que la neblina del olvido se impone respecto al pasado, el gran truco de magia de la política vasca de los últimos años.
Fútbol
La apelación a la residencia artística en el semáforo o el andén es habitual en las mejores familias. Por ejemplo, cuando, tras sus primeras clases de guitarra, el niño hace una exhibición y, tras los aplausos y la rendición incondicional ante el súbito Andrés Segovia, llega la orden al hermanito de que se ponga con los malabarismos o el flamenco porque se abre una línea de negocio familiar y todo es cosa de escogerles a los chiquillos un paso subterráneo transitado. Ahora el comentarista futbolístico Burgos, también conocido como 'El Mono', ve al jugador del Barça Lamine Yamal dando toques con el balón en el Parque de los Príncipes, hace la broma del semáforo y se le organiza un auto de fe por el lado del racismo. Ayer las disculpas se quedaron a un paso del suicidio ritual. La mezcla de hipocresía y estupidez es antológica y, si se entiende el temblor empresarial -el Barcelona y el PSG vetaron a la cadena en la que retransmite Burgos-, comienza a ser urgente que alguien pruebe a plantar cara con un poco de firmeza: «Oiga, miren, váyanse al diablo». Es que la alternativa es increíble: permitir que te señale con el dedo un repentino árbitro de la moral que, a poco que te descuides, tiene comprados a los árbitros normales.
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