En noviembre Elon Musk les anunció a los usuarios de Twitter que ahora los medios son ellos. Debe de ser por eso por lo que, para entrometerse en las elecciones alemanas, el magnate no recurre a Twitter, sino a un medio de toda la vida: ... el periódico 'Die Welt'. Lo hace con un artículo en el que insiste en que Alternativa para Alemania es «el último rayo de esperanza» para un país «al borde del colapso». Friedrich Merz, líder de la CDU y previsible sustituto de Scholz, aseguró ayer no recordar un caso equiparable de injerencia en las elecciones de un país amigo en la historia de las democracias occidentales.
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No ha entrado en la Casa Blanca como «primer amigo» presidencial y Musk ya rompe cosas. Yo entiendo la falta de finura. Se está preocupando de la política interna alemana un tipo que trabaja para que la humanidad sea una especie multiplanetaria. Lo hace con autoridad creciente. Tras el triunfo de Trump, la nueva derecha populista juega a que la capacidad tecnológica es legitimidad política. Y quieren que eso cuele. Como si, tras aprender por las malas el peligro de los líderes que prometen la luna, lo inteligente fuese confiar en los que prometen Marte. La contradicción es máxima si pensamos que muchos de los autodenominados patriotas defienden el proteccionismo, el cierre de fronteras y el tradicionalismo. Lo que Musk propugna es en cambio la importación masiva de informáticos de la India, que en China le sigan dejando abrir gigafábricas y que los humanos convivamos pronto con extraterrestres de colores como en 'Star Trek'. Se habla del inevitable choque de egos entre Musk y Trump, pero atentos a Steve Bannon, que es en el fondo el inventor del fenómeno MAGA y ya avisa de que va a devolver a los empollones como Musk al interior de la taquilla del instituto. Estremece pensar en Santiago Abascal en medio de este berenjenal teórico. Él, que pensaría que la tecnocracia era llenar el Gobierno de catedráticos del Opus como Laureano López Rodó, todavía tiene que idolatrar un poco a un magnate que fabrica coches con dispositivos para emitir pedorretas y les pone a sus hijos nombres indistinguibles de ecuaciones.
Ajedrez
En el mundo del deporte los problemas con la indumentaria suelen cicunscribirse al tenis por el lado de la tradición y quizás, últimamente, al voley playa femenino por los motivos opuestos. El ajedrez se mantenía en cualquier caso al margen del conflicto indumentario hasta ahora que Magnus Carlsen ha abandonado este fin de semana el Mundial de rápidas de Nueva York tras ser sancionado y advertido por la organización: no podía jugar en vaqueros. Así lo establecen las normas del campeonato y el ajedrecista noruego terminó largándose, mandando al cuerno a la Federación Internacional de Ajedrez y fotografiándose con una indumentaria alternativa: chaqueta y bañador. Como los desplantes hay que hacerlos en la cara de toros preferiblemente en puntas, señalemos que antes del mutis Magnus Carlsen estaba haciendo un campeonato tirando a catastrófico. Lo que no obsta para que sea el número uno mundial y uno de los mejores ajedrecistas de la historia; ni para que, ahora que lleva el pelo largo y despeinado y cultiva una actitud entre provocativa y displicente, haya perfeccionado de un modo inesperado su proverbial parecido con Matt Damon. De pronto, Carlsen es indistinguible de Matt Damon con resaca.
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