La semana de Pedro Sánchez ha sido extraña. Sí, por eso también. Pero yo me refiero a que el lunes el presidente saludaba a un francés dándole dos besos, muac, muac, y ayer jueves saludó en cambio a una veintena larga de futbolistas españolas dándoles ... consecutivamente la mano. Lo hizo en la recepción al equipo nacional tras su victoria en la Nations League, adelantando el brazo de un modo preventivo y manifiesto. No solo no hubo besos: quedó claro que no estaba habiendo besos. El lunes, al francés, que era Macron, Sánchez además de besarle las mejillas le hizo unos frotamientos cariñosísimos en la espalda.
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Se dirá que entre los presidentes hay confianza mientras que Pedro Sánchez a la selección femenina de fútbol apenas la conoce de otra recepción anterior, la de agosto tras el Mundial. Entonces el presidente sí besó a las jugadoras, una tras otra: muac, muac, muac. Fue a Luis Rubiales a quien le dio la mano fríamente. La conclusión es que, medio año después, la crisis del 'piquito' y la caída de Rubiales ha generado la oficialidad del apretón de manos. Ayer, estrechando una mano tras otra también estaba el presidente del Consejo Superior de Deportes, José Manuel Rodríguez Uribes. El exministro de Cultura podría haberle recitado a Jenni Hermoso los versos de Shelley: «Temo tus besos, gentil dama. / Tú no necesitas temer los míos».
Hay que hacer algo con los saludos, organizarse, y no ayudará que mañana Pedro Sánchez reciba a cualquier primera ministra y la salude con dos besos ejecutados además con su coquetería de hombre alto. Por ahora solo parece claro que es a las futbolistas a quienes hay que darles la mano con tensión competitiva, como si a continuación fueses a darles también un banderín. Otra opción para evitar confusiones consistiría en regular los saludos mediante Real Decreto. Lástima que la supresión de los besos, como la del chupito tras el menú del día o la de la rima consonante con las cifras terminadas en cinco, sea imposible por aritmética parlamentaria desde que en el Grupo Mixto es decisivo el voto del diputado Ábalos Meco, José Luis.
Rusia
Putin dio ayer el discurso sobre el estado de la nación y la prensa rusa señaló su duración récord: más de dos horas. Puede que los periodistas subrayasen así la buena forma del líder, aunque puede que a los compañeros el discurso solo se les hiciese largo. Fue en cualquier caso un discurso extraordinario. Putin lo mismo amenazó a Occidente con la guerra nuclear que se felicitó porque los rusos beben menos alcohol de alta graduación. Aquí el líder aludió al chiste de las botellas y el esquí, pero el efecto cómico no soporta la distancia y la traducción. Lástima. Lo cierto es que de Vladimir Vladimirovich puede decirse cualquier cosa excepto que no tenga claras las bases de su mandato: matar a los demás e intentar que los tuyos no se maten. Putin anunció ayer una deducción fiscal para los ciudadanos que se hagan un chequeo médico. O sea, que ayer en Moscú se habló de la destrucción de la civilización y del programa «vida larga y activa» para mejorar la esperanza de vida del ruso, que es de 73 años siempre que no termine en Ucrania o sea partidario de Navalni. Putin también calificó de ridícula la acusación de que él planee atacar Europa. La acusación, claro, redobló al instante su credibilidad.
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