
El martes se celebró en Estados Unidos el Día de los Inocentes; el miércoles, el de la Liberación. Así, al menos, lo anunció Donald Trump ... en el 'Rose Garden' de la Casa Blanca, mezclando aparentemente las fechas y sacando un panel, como en 'El precio justo', para anunciar la imposición de aranceles chiflados a más de cien países. Razonando directamente como la Reina de Alicia en su jardín -y cambiando los flamencos rosas por trabajadores autóctonos con chalecos reflectantes-, Trump explicó que durante décadas los extranjeros tramposos y carroñeros han estado saqueando las fábricas y destrozando el hermoso sueño americano. Y anunció que América va a ser rica de nuevo gracias a unos aranceles calculados por el Sombrerero Loco. Además de grotesco, el espectáculo fue pasivo-agresivo. Tras el insulto al extranjero, llegaba la simpatía hacia el país al que le caía un arancel, qué sé yo, del 46%. Muy buena gente, decía Trump de unos. Les gusto y me gustan, decía sobre otros.
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Tras el inenarrable show arancelario, llegó el pánico. Ayer Wall Street se hundió y el dólar tocó suelo. Todo apunta a que los trabajadores de los chalecos reflectantes ovacionaron entusiasmados en la Casa Blanca la llegada de una recesión que, por supuesto, pagarán ellos. El problema es que el disparate proteccionista estadounidense también vamos a pagarlo los demás. Está por ver con cuánto dolor. La sorpresa que nos tenía guardada el destino a quienes nos politizamos en los años del movimiento antiglobalización era que con el libre comercio internacional no iban a acabar Noam Chomski y Manu Chao sino Donald Trump, oxigenado millonario neoyorquino que por entonces vivía ajeno a la política y se dedicaba a sus labores: hundir casinos en Atlantic City, organizar concursos de Miss Universo y hacer apariciones en 'Solo en Casa 2'. Otro descubrimiento impagable: llevamos años escuchando que el poder político apenas existe y que las grandes empresas, los intereses financieros y los poderes ocultos lo dominan todo, pero de pronto, para poner patas arriba la economía mundial, basta con que un presidente elegido con el 49,80% de los votos salga al jardín a firmar órdenes ejecutivas utilizando las mentiras y los rotuladores más gruesos del mercado.
Osakidetza
Osakidetza necesita médicos de familia como el comer, el consejero define la situación como «casi crítica» y el Gobierno vasco exige poder homologar títulos extranjeros ya. Al mismo tiempo, Osakidetza establece el PL2 de euskera como requisito para el 80% de las plazas de médico de Atención Primaria. Los datos de la propia Osakidetza establecen que el 16% de los pacientes solicitan ser atendidos en euskera. Esa elección no se realiza bajo presión en un quirófano de Urgencias, sino con la tranquilidad de quien rellena los papeles para la tarjeta sanitaria. Los datos dibujan el panorama de la Administración vasca y se completan por ejemplo con este otro: a muchos médicos su conocimiento del euskera les ayuda a elegir plaza en lugares en los que por su realidad sociolingüística no van a atender a mucha gente en euskera. Mientras tanto, a esos otros médicos que tanto se necesita atraer y retener, a esos médicos tan deseados, se les ofrece un futuro estable consistente en enlazar contratos temporales. El problema no deja de crecer. Y la solución se parece bastante a insistir en una dirección puramente ideológica en la que todo ha sido diseñado para que la posibilidad de dar un paso atrás sea indistinguible del anatema.
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