Mal en dos idiomas
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La nueva Ley de Educación exige niveles de euskera y castellano que hoy no se alcanzanTras cuatro décadas volcando recursos y energía en la euskaldunización, el sistema educativo vasco parece haber conseguido que los jóvenes terminen sus estudios sin dominar el euskera y teniendo también problemas con el español. No se ha conseguido que los alumnos sean bilingües, pero sí ... se ha conseguido que lo sean los desperfectos. Que, ante la evidencia de que los resultados son malos, la nueva Ley de Educación vaya a aumentar la exigencia idiomática es algo que no puede fallar. Con la nueva ley, el alumnado debe acreditar al terminar la ESO un nivel B2 en euskera y castellano. Según la última Evaluación Diagnóstica de Educación, ahora mismo cuatro de cada cinco alumnos no alcanza ese nivel, que es el de un hablante fluido y un lector capacitado, tampoco el de un catedrático emérito de filología.
En resumen, el esfuerzo es descomunal y los resultados exiguos. Sin embargo se siguen diseñando leyes de educación como planes de prospección política, dejando que se imponga la ideología donde debería abrirse paso la pedagogía o al menos el sentido común. Entre otras cosas porque el experimento educativo sí afecta de un modo decisivo a la vida de la gente. Por decirlo de otro modo, acabar la ESO sin un nivel B2 de euskera y castellano implica que los chicos de dieciséis años tienen problemas para entender lo que leen, pero no porque lo que leen sea de una complejidad insuperable sino porque, sencillamente, los chicos no entienden lo que leen. La mayoría de ellos no lo hace en la lengua vehicular en la que estudian ni tampoco en la lengua materna en la que se han criado. La hipótesis de que en una situación de diglosia la capacitación en la lengua dominante se obtiene por ciencia infusa no parece estar funcionando. Ver a Gabriel Rufián bromeando a su manera con lo mucho que le cuesta expresarse en castellano aparentemente convencido, pero convencido en serio, de ser algo así como el undécimo orador ático es una forma instantánea de entenderlo.
Velasco
Además de con la inevitable emoción, la noticia de la muerte de Concha Velasco llegó con una pregunta: ¿cómo vamos a conseguir chocar también por esto? Al ser Concha Velasco una artista queridísima, uno de esos personajes que todo un país considera propios, el desafío parecía complejo. Pero no hay límites para la polarización y en la puerta del tanatorio se abucheó y jaleó a Pedro Sánchez y Marisa Paredes se indignó por la presencia de Isabel Díaz Ayuso y pidió ante las cámaras no se sabe si que se fuese o si que la echasen. Mientras tanto, en el universo paralelo y furioso de Twitter el ministro Puente reaccionaba como un fundamentalista de la identidad vallisoletana a un mensaje en el que el alcalde Almeida osaba referirse a Velasco como «madrileña de Valladolid». Ir de mal en peor, descripción gráfica: después de politizar temporales ya estamos politizando tanatorios. Y hay quien cree que debe dar la paliza sectaria en vez de dar el pésame y callarse respetuosamente porque lo único importante en un entierro es el muerto. Lo peor es que ni sorprende. Mientras no queda una hoguera por avivar, el espectáculo de que la ideología se imponga a la humanidad se ha vuelto previsible.
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