Legitimidad variable

Al PNV la legitimidad de Edmundo González le va y le viene. El problema ayer no era de cobertura, sino de plazos y mayorías. Tampoco sería plan no votar junto al socio de Gobierno en el primer pleno de la legislatura. Los socialistas abogan como se sabe por el sigilo y ayer hubo que ver al portavoz del PSE. De tan sigiloso, rozó el ruido blanco. Y, aun así, nada fue mejor que lo de Bildu y Sumar, partidos que enviaron a Venezuela unos observadores que certificaron al instante que las elecciones habían sido ejemplares. Han pasado dos meses de aquello, el Gobierno no ha mostrado ni las actas y el líder de la oposición ha tenido que salir del país. Ayer en el Parlamento vasco Diana Urrea, de Bildu, que estuvo en Venezuela, ni intervino. Sí lo hizo Jon Hernández, de Sumar, que denunció la violencia, pero la de la oposición y describió un caso dramático: una compañera suya de Izquierda Unida no pudo ir del hotel al aeropuerto por las barricadas. Tampoco habrá muchas vulneraciones de los derechos humanos equiparables a la interrupción del 'transfer' del observador español que regresa extasiado por la experiencia bolivariana. La verdad es que llama la atención que a nuestros verificadores no se les exija que salgan a explicar qué piensan exactamente de lo que ocurrió en las elecciones venezolanas, de su papel como representantes públicos, del valor de su palabra y puede que también de la vida en general.

Sabemos que hay errores difíciles de subsanar, pero es posible que tengamos que revisar la teoría. A nuestro favor. Hayamos hecho lo que hayamos hecho, no hemos tenido a un inocente cuarenta y siete años en el corredor de la muerte. Le ha sucedido a Iwao Hakamada, un japonés que ni siquiera ha podido presentarse ante el tribunal que ahora le ha absuelto al rozar los noventa años y no estar en buenas condiciones. Hakamada fue condenado a muerte en 1968 y estuvo en la cárcel hasta 2014, cuando su defensa aportó nuevas pruebas que señalaban su inocencia y cuestionaban una confesión puntual respecto al asesinato de una familia obtenida tras un interrogatorio inhumano. Que en Japón el reo de muerte se entere unas horas antes de que va a ser ejecutado perfecciona la tortura de este hombre que no tuvo en cuarenta y siete años ni una mínima perspectiva de tranquilidad. Que Hakamada no esté ya en condiciones de disfrutar de su libertad, puede que de ni entenderla, transforma todo esto en una historia de terror asfixiante. ¿Cómo se le devuelve a un anciano la mitad de su vida? No hay compensación posible, todo llega demasiado tarde. Y esperen, que aún puede apelar la Fiscalía.