El Gobierno vasco ha diagnosticado a la juventud con resultados previsibles: los jóvenes vascos están bien formados, hablan euskera, trabajan pero les cuesta emanciparse; y ellas, las jóvenes vascas, se han sentido discriminadas por ser mujeres. El estudio es más pormenorizado. Establece por ejemplo que ... el 58% de los jóvenes ha leído «algún libro por entretenerse» en el último mes, mientras que el 70% utiliza «tres o más redes sociales a diario». Los jóvenes vascos son hijos de su tiempo, están bien alimentados y no presentan novedades reseñables. ¿Todos? No. Hay un colectivo que preocupa en Lakua por «el riesgo de un incremento de posiciones de ultraderecha». Son los jóvenes de entre 15 y 19 años y aquí el sustantivo es todo masculino. Los jóvenes son ellos, los chicos, los 'bros', los panas: «quienes menos apoyan el aborto, la eutanasia, los derechos del colectivo LGTBIAQ+ y la inmigración».

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La enumeración es asombrosa: mezcla cosas diversas e incluye un término que no deja de crecer y ya incluye cinco consonantes, dos vocales y un signo. Asombra igualmente la percepción del peligro. ¿Qué riesgo hay exactamente en que alguien no apoye el aborto o la eutanasia? Otra cosa es que la idea al Gobierno vasco se le entienda: hay jóvenes que sostienen ideas insostenibles y propician el vahído no solo de sus mayores sino de sus gobernantes. La consejera Melgosa habló ayer del algoritmo cazando críos para desprestigiar el sistema y quizá tenga razón. Pero sorprende la falta de autocrítica. Esos jóvenes son la generación más educada «en valores» de la democracia y no hace tanto el Ararteko advertía de que entre ellos aumentan los que, por ejemplo, se sienten víctimas del feminismo. Es fácil culpar de todo a las redes y omitir evidencias como que los péndulos llevados al límite hacen viajes de vuelta espectaculares o que el objetivo de la educación no es que los jóvenes piensen lo correcto sino que piensen bien y por sí mismos. El problema de que entre algunos adolescentes triunfe la apología del franquismo que hizo el otro día un diputado de Vox no tiene que ver con el anatema moral sino con algo mucho peor, la ignorancia, cuyo combate, a diferencia de la propagación de la doctrina, sí concierne al gobernante.

Bélgica

Loterías Reynders

Se llamaba Didier, como Deschamps, lo que parecía garantizar la solidez y la visión de juego, y se apellidaba Reynders, lo que siendo belga sonaba medio holandés y quedaba mejor aún, como si el apellido mezclase la solvencia del financiero con la elegancia del esprínter. Normal que estuviésemos tan a favor del comisario Reynders, garante de la justicia en la Comisión de Von der Leyen y autoridad europea que venía a España y se reunía con Bolaños y González Pons para desatascarnos el Poder Judicial. Como es lógico, nos daba apuro que un señor tan correcto y tan de Lieja se viese envuelto en el juego de trileros de la política española. «Lo van a timar porque en la cabeza de este pobre belga ni entrará la posibilidad de la ventaja, la treta y el engaño». Bueno, ha sido cesar Reynders como comisario y verse despojado de la inmunidad del cargo e interrogarlo la Policía belga por un caso de fraude y blanqueo relacionado con la compra de billetes de lotería de aquel país. La buena noticia es que todo tuvo lugar antes de 2019, lo que impide que lo de la lotería Reynders lo aprendiese en Madrid. Ahora solo falta que Bolaños y Pons no cogiesen la costumbre de intercambiar con él lotería de Navidad.

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