Histórico y confuso

Un año después, el Gobierno vasco devuelve el anteproyecto de la Ley de Educación al Parlamento y no hay acuerdo ya ni entre los partidos que forman el Gobierno. Ayuda sin duda el periodo electoral. Y también que la cimentación abstracta del logro histórico no fuese buena idea. Sería curioso que la concreción se la encontrasen todas las familias a la hora de escolarizar al niño. O los profesores a la hora de vérselas con el instituto que vigilará según parece su capacidad para «transmitir la cultura vasca». De vuelta a la política etérea, el PSE encuentra ahora problemas nucleares en la cuestión lingüística y el PNV asegura que ellos no han tocado nada. Todo se fía a la tramitación parlamentaria y Podemos anuncia de antemano su enmienda a la totalidad del proyecto. Seguimos por tanto a la espera del acuerdo y sin saber muy bien en qué consiste lo acordado hasta ahora, que sigue dependiendo del portavoz que nos lo explique. Mientras el consejero Bildarratz garantiza que con su ley seguirá habiendo modelos lingüísticos, en Bildu Pello Otxandiano celebra que los modelos lingüísticos queden superados para siempre. Con el lío cayendo por la pendiente legislativa, se echa de menos el diagnóstico claro sobre el estado de la educación en el país y la proclamación transversal e histórica de que en serio es lo mejor que la mayoría de los alumnos vascos no pueda estudiar en su lengua materna. Antes que para el referéndum, la ley de claridad la vamos a necesitar para la reforma educativa.

Félix Bolaños asistió ayer en Gernika al acto de homenaje a las víctimas del bombardeo de 1937. El lehendakari celebró y agradeció la presencia del ministro, aunque insistió en que el Estado tiene pendiente «un gesto solemne de reparación moral e institucional hacia Gernika». Se trata de una idea inamovible y recurrente que otras veces se expresa sin tanto circunloquio: el Estado lo que debe hacer es pedir perdón. Curiosamente, nunca termina de explicarse de qué modo el Estado democrático es responsable de las acciones del bando sublevado durante la Guerra Civil y de las de sus aliados extranjeros. Tampoco se explica, ya puestos, por qué el lehendakari exige unas reparaciones que podría ofrecer personalmente. Él es el máximo representante del Estado en el País Vasco (por delante de un ministro, por cierto), como él mismo se encargó de recordarle al presidente del Gobierno en los días iniciales de la pandemia.

El ejército ruso necesita voluntarios y lanza anuncios que empujan a los ciudadanos, no tanto al heroísmo o al servicio al país, como a que se comporten como hombres. Está bien pensado, es la proyección letal de la bravuconada: de salir del bar para pegarte a salir de Rusia para que te maten. Mientras tanto, el líder del grupo Wagner lanza sus propios 'spots' en los que exclama que él y sus muchachos son un colectivo amistoso y que con ellos el voluntario aprenderá un oficio. Pues prácticamente una FP. Grado en asesino a sueldo.