Cuando Giorgia Meloni ganó las elecciones, María Jesús Montero aseguró que la preocupación era enorme entre «los demócratas del mundo, de Europa y de España». Lo recuerdo porque la gradación fue tan cinematográfica que deseé que la ministra apurase -mundo, Europa, España, Sevilla, Triana, calle ... Pureza- hasta llegar a un demócrata en concreto que estuviese en su casa viendo la tele y rompiese, por lo preocupante, a hablar en italiano: «Molto preoccupato!» En aquel momento, en España discutíamos si Meloni era ultraderechista, neofascista o populista, mientras los conocedores de Italia advertían de que igual no convenía dramatizar. Cinco meses después, Pedro Sánchez visitó Roma y reveló que el tratamiento correcto para Meloni no era 'ultraderechista', sino 'querida'. Moncloa explicó entonces que la relación entre los países debe de estar por encima de quienes ocupan los gobiernos. Es curioso recordarlo ahora que, pongamos por caso, la ministra de Igualdad define al presidente de Argentina como una hiena en la selva, generando la lógica preocupación ambientalista: ¿pero qué hace una hiena fuera de la sabana?
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Volviendo a Meloni, la noticia es que igual ya no es querida, sino queridísima. Sucede porque la gestión le ha suavizado el perfil y porque lo apretado de las elecciones europeas puede transformar a la italiana en un socio necesario, o sea, éticamente irreprochable. Comenzó Ursula von der Leyen valorándole a Hermanos de Italia el europeísmo y la firmeza contra Putin, siguió Feijóo no viendo a la italiana «homologable» a otros ultras y remató Teresa Ribera asegurando el domingo en este periódico que lo de pactar con Meloni dependerá de «la aritmética del Parlamento» y de su «reincorporación a la normalidad europea». Tras aflorar ayer la declaración de Ribera para regocijo de sus adversarios, el PSOE garantiza que no pactará con la ultraderecha. Hombre, ya. ¿Pero con la querida, queridísima Giorgia? Vale que estuvo el domingo pasado en la kermés de Vox, pero fue por videollamada. Si sus votos son realmente imprescindibles, eso ni cuenta.
F.C. Barcelona
A finales de enero, cuatro meses después de renovar hasta 2025, Xavi Hernández anunció que dejaba el Barça. «El presidente lo ha entendido e incluso se ha medio emocionado», comentó Xavi, generando la duda de si la turbación de Laporta no se debería a que justo en aquel momento pasaba por detrás de su entrenador una fuente de cruasanes, una bandeja con pasteles o algo así. Como es obvio, tras anunciar que lo dejaba Xavi anunció hace un mes que continuaba «pase lo que pase». Laporta lo celebró. «Para mí la estabilidad es una máxima», dijo. Ahora Laporta despide a Xavi sin emocionarse y ficha a un entrenador apellidado Flick, que es el verbo que se utiliza en inglés para catapultar con dos dedos al insecto que se te posa en el brazo. Si no estoy entendiendo mal cómo funciona el Barça de Laporta, lo más probable es que, tras el cese de Xavi, sea Xavi quien termine entrenando al Barça el año próximo y puede que incluso reapareciendo también como jugador. Lo que no obsta para que, tras anunciar sucesivamente que se iba y que se quedaba, a Xavi solo le quede una salida lógica ante su despido: anunciar que no tiene validez porque él había vuelto a dimitir, aunque en secreto, unas horas antes.
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