Giorgia, hermana

El tono de la ya expareja de Meloni es bromista, camelante y patético. Recuerda a Berlusconi. Y hace sentir una gran solidaridad con la primera ministra, que en alguna época debió de llegar a casa después de estar todo el día aguantando a Silvio («¿Puedo hacerte sonreír?», les preguntaba Berlusconi a las chicas jóvenes) para encontrarse a Giambruno probablemente en batín y con una rosa entre los dientes, comenzando a tararear una de Eros Ramazzotti mientras escondía el teléfono en el que simultaneaba treinta conversaciones subidas de tono dignas de una peli de Tinto Brass.

Que el casanova se haya llevado la patada presidencial, no solo de un modo público, sino de uno tan súbito y terminante sitúa a Meloni a la vanguardia del empoderamiento. «Por mucho que la gota espere perforar la piedra, la piedra sigue siendo piedra y la gota es solo agua», escribió ayer la primera ministra dirigiéndose a los rivales a los que intuye detrás de la publicación del vídeo escandaloso. Recibimos a Giorgia Meloni entre gritos de alerta posfascista y todavía termina simbolizando el nuevo poder femenino. Al cierre de esta edición, ninguna política nacional había mandado a su pareja a paseo en Twitter, alegando con frialdad quirúrgica que, además de vanidoso, el pobre sea idiota.

El lehendakari arremetió ayer contra los jueces por no tener sensibilidad con el euskera. La idea sube de volumen y amenaza con convertirse en un clásico, pero tiene tanta trampa que llega ella misma con el eco de su propia refutación. No es con el euskera, sino con una ley, la de Instituciones Locales de Euskadi, con lo que los jueces estarían en todo caso no teniendo sensibilidad. Por otra parte, es bastante raro pedirle a un juez que sea sensible. Lo habitual es pedirles que sean independientes y se sometan exclusivamente al imperio de la ley. Para entenderlo, basta con imaginar un pleito en el que te veas involucrado y en el que el juez se ponga sensible por lo que sea con la otra parte. En su propuesta de nuevo estatuto, el lehendakari ya reivindicó «el derecho inalienable a ser juzgados solo por nuestros propios jueces». La verdad es que así estaba más claro y se entendía todo. No es la sensibilidad, qué va: es el adjetivo posesivo.

Una de las preguntas que nos hemos hecho todos los últimos días es cuántas veces podrán desalojar los franceses el palacio de Versalles. Las falsas alarmas se multiplican en el país con el respaldo de la crisis en Oriente Próximo. Incluso se está pillando a niños que llaman al colegio como si fuesen de Hezbolá. «Payasitos», definió ayer el ministro de Justicia, que pidió a los padres que controlen a la infancia. Luego recordó que una falsa alarma no es una broma pesada sino un delito. Uno peligrosísimo, además, ya que juega con el pánico.