Gente adictiva

Además de por las drogas tradicionales, el Gobierno vasco se muestra preocupado por los psicofármacos, que se normalizan según parece entre la población femenina adulta, y también por fenómenos como el juego 'online', que la consejera definió como «muy extendido» en Euskadi. Los expertos distinguen entre adicciones con sustancia y sin ella, aunque luego no es infrecuente que las adicciones y las sustancias se combinen entre ellas con gran alegría, de un modo insustancial. Siempre ha sucedido así y desde luego no es nuestra tradición proclive a la abstinencia. Beber, fumar y apostar son cosas que los vascos hacían hasta anteayer mismo sin ni siquiera tener que salir del frontón.

A favor del nuevo plan de adicciones, hay que señalar el realismo de fijarse el objetivo doble de «evitar o retrasar» el «inicio de consumos y conductas adictivas». Parece que los vascos acceden al alcohol, el tabaco y el cannabis antes de cumplir quince años, lo que no parece recomendable desde ningún punto de vista. No hay duda de que conviene que la gente se enfrente a lo existente cuando su formación y autonomía sean mucho mayores. Conseguirlo sería una forma de esquivar una dinámica política que se ve en la lucha contra las drogas como en muy pocos lugares. Consiste en generar un discurso que encuentra precisamente en la falta de resultados la razón necesaria para insistir en las medidas ineficaces.

María Teresa Campos fue uno de esos personajes que conforman la memoria sentimental de un país. Desde el último personaje del corazón al presidente del Gobierno despidieron ayer a una periodista que reinó en las mañanas y en las tardes y consiguió ese prodigio tan extraño de atravesar la pantalla para trabajar directamente en el sofá del espectador. Entre otras muchas cosas, se recuerda ahora que María Teresa Campos llevó la política a la televisión matinal a través de aquellas tertulias pioneras en las que María Antonia Iglesias, pongamos por caso, discutía por todo lo alto digamos que con César Vidal. Vista la sobrepolitización que agosta la vida española y conocida la transformación de los shows políticos televisivos en frenopáticos al servicio de los partidos, hoy sabemos que igual no habría sido mala idea dejarle el espacio de aquellas tertulias primigenias a Paco Valladares para que hiciese sus cosas.

A Jorge Vilda lo han cesado dieciséis días después de ganar el Mundial femenino de fútbol. Debe de ser un récord. Entre el triunfo y el despido, al seleccionador le habían abandonado las jugadoras, pero no solo las convocadas: también las convocables. Es bonito pensar que a Vilda en realidad lo sentenció Rubiales, su valedor, a su manera: dedicándole («¡va por ti!») la agarrada genital en el palco del Stadium Australia de Sidney. Dos semanas después, la situación en el fútbol español es la siguiente: cuando echaron a Vilda, Rubiales seguía por ahí.