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Las elecciones gallegas son al final otro episodio del duelo Sánchez-FeijóoJornada de reflexión en Galicia. Hay ahora mismo 2.693.624 gallegos con derecho a voto reflexionando a su manera diferencial, que es, como se sabe, con sentidiño. Un tópico fuera. Ya solo me quedan las meigas y meter algo con mucha bruma por el ... lado de los acantilados. Julio Camba decía que Galicia es tierra de sardinas y de políticos y que, igual que la sardinas nacen unas de otras, los políticos gallegos son parientes de otros políticos gallegos. Lástima: ya no funciona así. Ahora los políticos gallegos pueden incluso tener origen exógeno y son piezas sacrificables en la partida que se juega en Madrid. O es al menos lo que parece tras una campaña que se ha desarrollado como otro episodio del duelo Sánchez-Feijóo. De ahí la intensidad, tan dramática entre el pellet y la amnistía, y la intriga hasta el último minuto refrendada por el CIS. Antes que del futuro de Galicia, mañana por la noche hay que estar pendientes de si Feijóo conserva la mayoría absoluta y no finiquita su solvencia como alternativa y de si Sánchez consigue que su mayoría plurinacional siga pareciendo de este mundo.
Que el triunfo de esta última posibilidad implique el sacrificio feroz del PSG de Besteiro demuestra lo cruento de la partida. Que la disputa nacional implique que los nacionalistas del BNG gobiernen en el mejor de los casos y obtengan un gran resultado en el peor demuestra que la partida también es paradójica. Por otro lado, se necesitará crear la meiga expiatoria para explicar el previsible mal resultado de Sumar, el partido de la galleguísima vicepresidenta de la nación. Como tampoco conviene fiarlo todo a lo sobrenatural, el PP les recordó ayer por SMS a los sanitarios que va a subirles el sueldo. Lo que tienen los hechos diferenciales es que se parecen todos mucho. También lo hacen las catástrofes. Así que no descarten que, tras el recuento de mañana, tengamos junto a Puigdemont en el panteón de personajes decisivos a Gonzalo Pérez Jácome, el alcalde de Orense: un político que tiene la cabeza como rellena de bruma festiva y actúa como si estuviese cayéndose constantemente por un acantilado.
Rusia
Alexéi Navalni murió ayer repentinamente en la prisión del Ártico a la que fue trasladado en diciembre. Dicho de otro modo: Putin se queda sin némesis simbólica a un mes de las elecciones. Ayer por la tarde Biden responsabilizaba al Gobierno ruso de la muerte de Navalni y en 'Izvestia' ni siquiera parecían dar la noticia de que Navalni había muerto. Con su aspecto de firme candidato a revalidar el título en el campeonato de baladas del karaoke Vronski de Kaliningrado, el portavoz del Kremlin Peskov sí salió a calificar de «totalmente inaceptables» las acusaciones occidentales. Tampoco es fácil el trabajo de Peskov. Piensen que, de haber fallecido Navalni de muerte natural, no podría expresar abiertamente su indignación: «¿Pero qué dicen? ¡Si a este disidente en concreto no lo hemos matado nosotros!». Ayer el portavoz del Kremlin abogó por dejar que los médicos elaboren un informe oficial sobre lo ocurrido. Peskov parecía seguro de que así quedará demostrada la absoluta inocencia del Kremlin. Y es probable que aquí tampoco pudiese el hombre completar su razonamiento abiertamente: «Porque en caso contrario tendremos que matar también a los médicos que hagan el informe».
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