La vida política española obedece a misteriosas corrientes circulares: vuelve a ser decisivo que Pedro Sánchez se reúna con Puigdemont. Hace un año la investidura de Pedro Sánchez dependía precisamente de amnistiar a Puigdemont y entonces también se habló mucho de un posible encuentro en ... Bruselas. No por el intercambio político, que para eso se designó a un verificador salvadoreño (las corrientes circulares son también absurdas), sino porque se necesitaba una amnistía fotográfica después de aquel otro encuentro del expresident huido con Iratxe Díaz y Santos Cerdán que funcionó como una humillación en 4K.

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Al final no hubo reunión y Puigdemont, famoso por su valor físico, prefirió no acercarse a saludar cuando Sánchez compareció en el Parlamento europeo para hacer balance de la presidencia española. Un año después, la ley de amnistía está aprobada, el expresident sigue huido y exigiendo una reunión, o sea, una foto, en medio de otra negociación, esta vez la de unos Presupuestos que vuelven a transformar la mayoría de gobierno en una tangana extractiva. Eso demuestra que en sus negociaciones Sánchez siempre gana tiempo. Y que sus socios, en cambio, ganan solo a veces.

El presidente del Gobierno evita las fotos con los líderes de tres de los partidos que sostienen su mayoría gubernamental. Sánchez utilizó ayer su tono de explicar lo extraordinario como si fuese obvio para anunciar que no tiene problema en reunirse con un Puigdemont incluso sin amnistiar. «¡A ver si lo grave va a ser la foto y no la amnistía!», podía haber argumentado en el estilo desatado de estos días. De un modo nada casual el presidente añadió en el ticket de los encuentros a Oriol Junqueras, quién sabe si dándole ideas a Arnaldo Otegi, que es el líder de la cosa plurinacional con quien por ahora solo se fotografía Antonio Maíllo. A las fotografías con Sánchez sus socios les otorgan la capacidad de robar almas que es frecuente en las tribus recién contactadas. En su álbum de la legitimización, Puigdemont tiene fotos con Santos Cerdán y Ortuzar por el lado político, con Josep Sánchez Llibre y Pepe Alvarez por el lado sociolaboral y con Yolanda Díaz y el prior de Montserrat por el lado místico-espiritual.

Televisión

Especial Navidad

La televisión contribuye a que la noche del 24 de diciembre sea la más familiar del año de un modo decisivo: programando siempre lo mismo, de modo que la gente pueda encender el aparato como se enciende el árbol de Navidad para a continuación hacerle a la emisión un caso relativo. Eso sirve igual para el mensaje del Rey que para los programas musicales y los maratones de humor, para las ediciones especiales de los concursos y las películas mil veces repetidas. Que una de ellas, 'La jungla de cristal', esté imponiéndose como clásico navideño es quizás el único cambio de los últimos años. Aunque este año Raphael se caiga de la programación por imperativo médico. Que el periodismo es un oficio sacrificado en el que no es infrecuente verse expuesto a grandes peligros lo demuestran los compañeros que, tras la cena del 24, tienen que atender a la programación de las distintas cadenas, tomando notas y construyendo en sus cabezas análisis inminentes. Esto sucede mientras en sus casas se comienza a brindar fuerte y se desencadenan partidas de bingo apasionantes, encarnizadas, homéricas, cuyo estruendo no hay compromiso profesional que pueda en lo más leve aminorar.

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