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Las principales autoridades del Estado son recibidas con barro en PaiportaHan pasado seis días desde la riada y el número de muertos en Valencia no deja de aumentar mientras el de desaparecidos sigue siendo, al parecer, un enigma tolerable. Que casi una semana después la respuesta no alcance la altura del desastre explica que se ... estuviese hablando de la ineficacia del Estado cuando ayer, como para desmentirlo, vimos a las más altas autoridades del Estado exponiéndose al linchamiento en el pueblo de Paiporta. Lo que comenzó siendo una visita oficial terminó siendo algo peor: la historia puesta en marcha. Los Reyes, el presidente del Gobierno y el presidente de la Comunidad Valenciana siendo recibidos por la multitud enfurecida y cubierta de barro que les lanzaba objetos y los llamaba «asesinos». A Pedro Sánchez lo sacaron los servicios de seguridad después de que casi se llevase un palazo. El Rey, en cambio, se fue para adelante. Y en unos instantes que quedan para la memoria colectiva se arriesgó a que le abriesen la cabeza para conservar la Corona, yéndose a hablar con la gente e incluso logrando transformar la rabia en algún abrazo lleno de lodo.
Lo que hizo Felipe VI fue arriesgado y simple: actuar con liderazgo. Y recordar que a los golpes un país responde mostrando fortaleza y no trabajando a favor de la debilidad. Estos días se dedica a eso un montón de gente. Se los distingue porque no dejan de explicarnos quién salva «al pueblo». Yo se lo resumo: lo salvan ellos, los salvadores, aunque luego sean incapaces de gestionar una concejalía de fiestas. Las juventudes de Vox y alrededores están celebrando el 15-M que hace un año en Ferraz no les salió bien. Era previsible: los populistas idolatran cisnes negros. Más sorprendente es que en las redes haya brotado una evidente campaña de comunicación que ya sitúa a Óscar Puente como el hombre de Estado -eficiente, afable y didáctico- que necesita el país, o sea, como el delfín de un Pedro Sánchez que quizá note que la resaca de la dana va a ser demasiado fuerte como para acabar solo con Mazón. Los muertos, al final, son lo de menos. Aún no sabemos el tamaño de la catástrofe pero cada día hay más material para los aprendices de brujo. En Valencia ayer volvió a llover y sin embargo la situación es cada vez más inflamable.
EE UU
Las encuestas insisten en el empate técnico entre Trump y Kamala Harris, aunque da la sensación de que, a veinticuatro horas de la jornada electoral, una ligera ventaja se inclina del lado del republicano. La sensación es de incertidumbre máxima, lo que, unido a la diferencia horaria, a mí me parece una suerte de descortesía con nosotros, que seguimos las elecciones estadounidenses como si nos fuese la vida y hasta sabemos dónde queda Maricopa. Un sinvivir. Fue mejor en 2016. Ganaría Trump, pero estuvimos tranquilísimos toda la campaña y no hubo que trasnochar para el recuento. Todas las encuestas daban triunfadora a Hillary, que era una candidata inquietante pero comprensible. El 'Wall Street Journal' le otorgaba una ventaja del 14%. «Resuelto», se decía uno al leerlo. Pero cómo sería la cosa que incluso Lionel Barber, director por entonces del 'Financial Times', ha situado el momento exacto en que entendió que Clinton quizá no tenía garantizada la victoria: la misma noche electoral. Al día siguiente -cinco meses después del 'Brexit'-, Donald Trump había sido elegido presidente de los Estados Unidos. Es graciosa la pregunta que nos hicimos entonces: «¿Qué más podrá pasar?».
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