Las elecciones catalanas han ido bien porque ayer reapareció Joan Tardá. Y me bastó con verle para recordar aquella comisión sobre corrupción del PP. Tarda interrogaba al tesorero Naseiro y este -anciano y galleguísimo, inabordable- no oía las preguntas que se le hacían. «A su ... edad yo estaré peor», concedió Tardá. «Usted no llega a mi edad», respondió Naseiro recuperando al instante la audición: «Está muy gordo». Sistema corrompido, vodevil, perversión democrática, rompió a denunciar entonces airado el gigante catalán. Y Naseiro, por detrás: «No obstante, me cae simpático».
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Pues lo mismo pensé yo ayer al volver a ver al histórico portavoz de Esquerra. No obstante. Y me cae simpático. Tardá regresó como quien llega el primero a un accidente, para taponar la herida interna tras la debacle electoral y defender la negociación en Madrid y la vía libre para la investidura de Illa. Lo hizo a su manera original y vibrante, reivindicando a Esquerra como el partido de «los hijos de las sirvientas y los masoveros», advirtiendo del riesgo del nacionalismo y del peligro de construir «proyectos de tribu para la tribu». Maravilloso. Qué postureo galáctico: Tardá es el Maestro Yoda con rizos de Gabriel Rufián. Mientras tanto, en el reverso tenebroso del 'procés', Puigdemont sigue insistiendo en la jugada maestra y Junqueras envía cartas a la ciudadanía.
Cuatro días después de las elecciones, la situación en Cataluña es biológicamente confusa: ha resucitado Tardá y no se sabe si el 'procés' ha muerto. Como respecto a tantas cosas, en el PP tienen respecto a esto último una posición rotunda y clara: sí y no. El PSOE garantiza en cambio que la victoria de Salvador Illa, de tan histórica, ha matado al 'procés'. Menudo alivio. Aunque no deja de ser raro que haya muerto algo que ya había terminado en marzo con la ley de amnistía, que acabó también en diciembre de 2022, cuando Pedro Sánchez le firmó personalmente el certificado de defunción y que además había finalizado previamente en 2021, cuando con los indultos el 'procés' se convirtió al fin en un debate (¡superado!) del pasado.
Euskera
La Escuela Oficial de Idiomas de la Comunidad Valenciana deja de impartir cursos presenciales de euskera. Que el Gobierno valenciano esté en manos de PP y Vox hace pensar automáticamente en un nuevo caso Paco Rabal, pero en Valencia, antes que la sensibilidad, parece faltar el presupuesto. Los profesores protestan por unos recortes en Educación que van a terminar con las clases de euskera, pero también con las de polaco o chino. ¿Hay que hacer el donoso escrutinio de idiomas? Pues vamos allá: el chino es el idioma con más hablantes nativos del mundo. Y el euskera una de las lenguas españolas, o sea, un patrimonio cultural que según la Constitución merece especial respeto y protección. Por eso debería poder estudiarse más allá del País Vasco, como el catalán y el gallego deberían poder estudiarse más allá de Cataluña y Galicia. La obligación del Gobierno central es involucrarse si no lo hacen las comunidades, del mismo modo que debería involucrarse en las comunidades en las que lo que no puede hacerse es estudiar en español. O en aquellos centros de la UNED, otro patrimonio nacional, que sobreviven por pura politiquería al albur de financiaciones locales, exiguas y reticentes.
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