Comienza la Cumbre del Clima, que es ya una de esas citas que solo viéndolas en la tele te estructuran el calendario interno, un poco como Halloween o la Feria de Abril. Este año la reunión, que se abrevia COP y hace la número 29, ... insistirá en la idea de reducir los gases de efecto invernadero y bajar la temperatura mundial en Bakú, Azerbaiyán, una capital seriamente petrolífera en la que los derechos de la Tierra importan incluso menos que los de los terrícolas, sobre todo si son estos opositores o armenios. La ONU lleva últimamente sus cumbres del clima a sitios asombrosos. La COP28 se celebró en Dubái y la BBC pilló al sultán Al Jaber aprovechando para venderles petróleo a los países invitados. Otra COP que estuvo bien fue la 25. Se celebró en Madrid y Greta Thunberg rozó el martirio en el Paseo del Prado, pero no a manos de sus enemigos sino de sus fans. Casi se la comen los jóvenes españoles. Hubo que sacarla en un coche policial. Al rato llegó la aclaración decisiva: el coche policial era eléctrico.

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Ahora la cumbre de Bakú pinta mal porque siempre es complejo llegar a grandes acuerdos de financiación y por la ausencia de los principales líderes mundiales. Al encuentro no va Biden, ni Macron, ni Scholz. Por no ir, no va ni Von der Leyen. Los presidentes de China e India no van porque nunca lo hacen, tal vez porque son los que más contaminan y eso te debe de complicar mucho la agenda. El que todavía agarra y va es Vladimir Putin, que tiene Azerbaiyán al lado, es un maestro del sarcasmo y se lleva bien con el presidente Alíyev, que ya acumula veinte años en un cargo que heredó de su padre. ¿No es bonito que los negocios familiares tengan continuidad? Entre las razones que no invitan al optimismo en Bakú está por supuesto el segundo mandato de Trump, que tiene la costumbre de abandonar los grandes acuerdos climáticos. Y pensar que hubo hace no mucho cumbres indistinguibles de grandes festivales en las que los políticos, los activistas y los científicos se codeaban, qué sé yo, con David Beckham. «Habrá ido a pedir perdón por todo lo que le ha hecho al planeta con tantos espráis, geles, tintes y lociones», pensabas tú al ver al astro. Pero qué va. Había ido solo a concienciar.

Presupuestos

Casi todos Estado

Como si no estuviese dispuesto a que circulen por ahí eslóganes emotivos y tramposos que no provengan de su equipo de estrategas, Pedro Sánchez negó ayer que sea el pueblo el que salva al pueblo y redirigió el mérito hacia el Estado. «Todos somos Estado», dijo el presidente incluyendo a los ciudadanos y mezclando de un modo inesperado el franciscanismo y la Administración Pública. El argumento deja una pregunta flotando en el aire: ¿y qué necesita el Estado para salvar al pueblo? La respuesta es, por supuesto, Presupuestos. Unos en concreto que incluyan la financiación para la reconstrucción de las zonas de Valencia arrasadas por la riada. Lo que no se entiende es por qué el Estado no necesita para lo mismo, para salvar al pueblo, toda su capacidad tributaria y puede renunciar a recaudar impuestos precisamente en la segunda comunidad más rica del país. Explicarlo recurriendo a la magia de la palabra solidaridad no parece suficiente. Los socios de Junts, que le tienen gran estima al Estado, ya definieron lo de la solidaridad como «kalimotxo fiscal» y ayer dejaron claro que no hay inundaciones que valgan: los Presupuestos quieren negociarlos. Pocas cosas, al fin y al cabo, les gustan más.

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