Reyes Maroto retó a Aldama a demostrar que habían mantenido algún contacto y el 'whatsapp' tardó en aflorar cuarenta y ocho horas. Es de 2020. «Buenos días Víctor y disculpa el retraso», le escribía al conseguidor la por entonces ministra. A Maroto le ha faltado ... malicia. Si te llega al móvil un mensaje peligroso hay que irse al notario. Lo aprendimos de Juan Lobato, que también le entregó el móvil al juez y su volcado parece confirmar que, en lo de filtrar los mensajes entre el novio de Ayuso y la Fiscalía, además de Moncloa estaban los comunicólogos del PSOE. Los teléfonos son peligrosísimos. Siempre han sido el punto débil de las operaciones clandestinas, pero desde que los chats de texto sustituyeron a las llamadas es como si nosotros mismos nos pinchásemos el móvil: de todo queda constancia escrita, con su fecha y su hora, con sus emoticonos y sus copias en la nube y más allá.
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Por eso sorprende que, investigando la misma filtración funesta, la UCO no haya encontrado nada en el teléfono del fiscal general del Estado. No me refiero a nada contra Álvaro Ortiz, sino a nada de nada. «Cero mensajes», específica la Guardia Civil. Ni un comentario gracioso en el chat con los amigos. Se habla de borrados periódicos por motivos de seguridad y también de un cambio de terminal generando un agujero negro. Lo curioso es que algunos de los mensajes evaporados ya los hemos leído y que hoy, al tener un emisor y al menos un receptor, ningún mensaje podrá desaparecer del todo borrándose de un único teléfono.
Hay gente mal pensada que ve a Ortiz destruyendo pruebas en los quince días que transcurrieron entre la imputación y la incautación de sus dispositivos. Qué barbaridad. También puede ser que estuviera el hombre bajándose una actualización del Pokémon Go, empezase a pulsar 'ok' y 'aceptar' y terminase entregándole el móvil a un 'hacker' encapuchado que tenía acento ruso y con el que se encontró en el interior de una furgoneta aparcada en el sótano de un centro comercial de las afueras. ¿A quién no le ha pasado? El fiscal general del Estado, recuérdenlo, máximo representante del órgano encargado de promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, etc.
Rusia
La rueda de prensa que Putin da por estas fechas tiene título, 'Los resultados del año', incluye preguntas de la ciudadanía y es interminable. La de ayer duró cuatro horas y produjo una noticia: el final de la guerra en Ucrania está cerca. Que eso tiene que ver con la victoria antes que con la paz Putin lo demostró posando con la bandera del 155 de infantería de marina firmada por los soldados. De todos los soldados posibles, son los criminales de Bucha. Siguiendo con la política internacional, Putin definió a Boris Johnson como «un hombre con un gran corte de pelo» y desafió a Estados Unidos a un duelo del 'far west' atómico para poner a prueba el misil ruso Oreshnik. «Designamos un objetivo e intentáis interceptarlo», vino a proponer Vladimir Vladimirovich, que también tocó el palo sociológico. Le preocupa la baja natalidad del país. Y la relaciona con el porno, que es para él «como pedir albóndigas». Hubo tiempo incluso para que un periodista de la NBC preguntase por Austin Tice, reportero estadounidense desaparecido en Siria. Entre carraspeos, Putin prometió preguntarle a Bachar al Assad. Al periodista debió de iluminársele la cara porque el presidente matizó: «Aunque tú y yo somos adultos, ¿verdad?».
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