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Luis Rubiales llegó a la presidencia de la Federación Española de Fútbol situando el listón ético por encima de la legalidad. El día que ganó las elecciones les dijo a los periodistas que para él la «vigilancia extrema» no era una opción sino una obligación e iba a aplicarla incluso sobre «cuestiones que no tienen por qué ser delictivas». En aquel momento, Rubiales, que incluso hablaba inglés, personificaba el fin de una época interminable en el fútbol español, la de Ángel María Villar, que había entrado en prisión por su implicación en la 'operación Soule'.

Han pasado seis años y Luis Rubiales llegó ayer a Barajas desde Punta Cana y fue detenido por la Guardia Civil por su implicación en la 'operación Brody'. Esta investigación despunta por el lado de los contratos irregulares y las mordidas, mientras la anterior lo hacía por el de la estafa y la malversación. Puede que lo de la vigilancia extrema no fuese en serio. Y puede que el fútbol español sea capaz de vender como regeneración lo que no es más que un cambio de titularidad en el negocio. Sucede con una clamorosa impunidad que tiene que ver con la capacidad del fútbol para generar dinero, pero también influencia, poder, capacidad de presión. Que la corrupción solo puede ser estructural lo demuestra que los últimos presidentes encausados no puedan ser tipos humanos más distintos. Villar era un asceta extático que en el balón veía tal vez el orbe y Rubiales un materialista para el que los balones serán como bolas girando en el bingo de la vida a su favor. Los jeques y los macromachismos son la principal innovación de su mandato, que terminó el verano pasado, lo que al parecer no impide que los concursos siguiesen amañándose el mes pasado. Para regenerar el fútbol español, ayer el actual presidente interino de la Federación, exvicepresidente con Rubiales, dimitió, convocó elecciones y se presentó a las mismas. Tras los comicios, la prensa podría dejar de tolerar promesas de juego limpio e ir al grano: «Presi, enhorabuena. ¿Cómo le gustaría que se llame la operación policial en la que le detendrán en unos años?».

Un montón de artistas importantes -Stevie Wonder, Elvis Costello. Billie Eilish, Raphael…- han firmado un manifiesto contra el uso «irresponsable» de la Inteligencia Artificial que permite crear música sin músicos. Su preocupación tiene que ver con el futuro de la humanidad y con el de sus propios ingresos. Desde luego, si una máquina es capaz de emular la inteligencia musical de Stevie Wonder esto no tiene marcha atrás y hay que buscar a Sarah Connor. Esta misma semana hemos sabido que una joven escritora llamada Rie Kudan ha ganado un importante premio literario en Japón utilizando ChatGPT. Cierto que parece haberlo hecho solo para poner a hablar a una máquina de un modo convincente. En un alarde de optimismo, la autora anima a utilizar la IA para «compensar tus debilidades». El problema es por supuesto que serán los editores quienes, para compensar balances, prescindan de los autores y pongan a la máquina a escribir novelas de éxito como si no hubiese un mañana. Y eso será extraño, pero quizá no peor que lo que hacen ya las editoriales: prescindir de los autores para hacer como que los libros de éxito los escriben los presentadores del telediario.

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