El barro y la guerra
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Cuatro días después, el tamaño del desastre no deja de crecerLos muertos por las inundaciones en la Comunidad Valenciana son ya más de doscientos. Que el número de desaparecidos siga oscilando entre el misterio y el rumor nos sitúa ante un funesto presagio. Carlos Mazón insistió ayer en que las llamadas denunciando desapariciones no se ... habían «neteado». Como si tras las muestras de desgobierno de su Govern fuese el momento de utilizar verbos inventados. La situación en Valencia es trágica. Los testigos hablan de un escenario de guerra y hemos escuchado a un general de la UME diciendo que no ha visto nada igual. Y aun así hay quien al instante ha conseguido conectar el drama con Franco (a favor) o con Inditex (en contra) y quien entiende que 500 litros de agua por metro cuadrado confirman de un modo necesariamente torrencial sus opiniones sobre los okupas, el patriarcado, Ayuso o Gaza. Si los fanáticos fuesen absorbentes, el país sería probablemente ininundable.
Con barro hasta las rodillas y las vidas recién destrozadas, la gente de los lugares más afectados repite que necesita ayuda. Y, si se entiende que la asistencia pueda tardar en llegar a algunas zonas, no se entiende que días después del desastre haya lugares en los que caiga la noche y los vecinos se vean solos, sin unos focos y un puñado de uniformes que les recuerden que además de la desgracia no los arrolla el olvido. La noche del jueves a algunos de esos puntos llegó Iker Jiménez antes que los uniformes. Imagino que lo malo de encontrarte así con un experto en lo paranormal es que puedes pensar que en el pueblo sois todos ya espectros, como en Belchite. Lo malo de vivir en un país en el que la polarización camufla la ineficiencia de un modo cada vez más evidente es que nadie espera que tras el desastre llegue la valoración independiente de lo ocurrido y la asunción de responsabilidades. Lo siguiente sería proponerse seriamente mejorar el funcionamiento de un Estado que en cuanto las cosas se ponen feas evidencia que las distintas instancias que lo componen desconfían entre ellas y se usan como parapetos. Pero es fácil intuir que ocurrirá algo muy distinto. En cuanto los muertos dejen de imponer su gravedad ineludible, la guerra política estallará y será insoportable.
EE UU
Tras asegurar que iba a proteger a todas las mujeres del país, también a las que no quieran ser protegidas, Donald Trump ha dicho que lo que hay que hacer con Liz Cheney -excongresista republicana e hija del vicepresidente del segundo Bush- era ponerla «frente a un pelotón de fusilamiento» para «ver cómo se siente». El delito de Cheney es apoyar a Kamala Harris, candidata que en las últimas horas ha conseguido también el apoyo de los actores que interpretan a los superhéroes de Los Vengadores. Será la distancia, pero es como si en las elecciones estadounidenses votasen los menores de edad. Pero no: votan los adultos. Y hace unos días la prensa progresista informó de que la cita del martes es «una fuente significativa de estrés» para el 69% de ellos. Lo mejor era que a continuación había psicólogos que explicaban que, mientras la ansiedad normal, la cotidiana, la que tiene cualquiera, suele construirse sobre distorsiones cognitivas, o sea, sobre situaciones mal interpretadas, la ansiedad electoral se basa en percepciones «muy válidas». Dicho de otro modo: a tres días de las elecciones, el estadounidense muerto de miedo por lo que pueda pasar, al asustarse, hace lo correcto.
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