Arte de alertar
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País Vasco ·
Falla el sistema de aviso a los vecinos tras una avería en el suministro de aguaEstamos aprendiendo mucho sobre alertas. Por ejemplo, que para que funcionen es recomendable que lleguen a emitirse. Una vez emitidas, resulta interesante que le lleguen al receptor. Y conviene que lo hagan a tiempo, no cuando el receptor está ya subido a un árbol para ... que no lo arrastre la riada. Una vez emitidas a tiempo por medios efectivos, lo ideal es que las alertas transmitan instrucciones precisas. «Olvídese del coche y suba a un piso alto», pongamos por caso. O «Evite beber agua del grifo hasta nuevo aviso».
Esta última recomendación es la que no recibieron este fin de semana las casi cincuenta mil personas que, tras el reventón accidental de una tubería, comenzaron a obtener de sus grifos agua sospechosa en Erandio, Loiu o Mungia. El Consorcio avisó a los Ayuntamientos de la incidencia y estos, algunos en realidad, avisaron por las redes sociales. Horas después, seguía la gente preguntando por el agua. El sistema no funcionó. Me duele que las autoridades se enteren por mí, pero los ciudadanos no solemos estar enganchados a las redes en las que nuestros Ayuntamientos anuncian efemérides, promocionan talleres y difunden sin freno fotografías del alcalde, o alcaldesa, según toque, haciendo cosas.
El Consorcio explica que dio por hecho que los Consistorios sabrían mejor cómo comunicarse con sus vecinos. Pues no. Todo indica que urge establecer sistemas efectivos que aprovechen lo mucho que ofrece la tecnología pero no descuiden el recurso al megáfono, la emisora local o el apoyo vecinal; sistemas que puedan adaptarse al aviso importante y a la emergencia histórica. Calibrarlos no es sencillo. En realidad, puede ser un arte. Sabemos que es mejor pecar de prudentes, pero también que una alarma no puede ser rutinaria y efectiva. Y luego está la naturaleza humana, que es como es. Orwell cuenta en sus diarios de guerra cómo las alarmas antiaéreas en el Londres del 'Blitz' eran necesariamente amplias e imprecisas y terminaron convirtiéndose en el ruido de fondo de las conversaciones cotidianas. Para evitar el apuro de ponerse a correr sin motivo, la gente esperaba tranquilamente a que del peligro no diesen cuenta las sirenas sino las explosiones.
Valencia
Carlos Mazón hace algunos cambios en su Gobierno y los vende con verborrea ilusionante. Que si el proyecto es muy serio, que si la gente que llega está muy preparada. El espectáculo es asombroso. Como si el presidente de la Comunidad Valenciana apostase por hacer creer que, tras su comportamiento negligente en las horas iniciales de unas inundaciones que se han llevado más de doscientas vidas, él mismo es el relevo más adecuado para sí mismo. Mientras Mazón celebra que la gente preparada llegue después del desastre y no antes, la oposición le pide que muestre la factura de una comida que le persigue y que él, en una estrategia suicida, ha decidido ignorar. Mientras lo haga, estará políticamente en manos de la oposición. Y eso hace que el PP nacional esté increíblemente atrapado en las suyas, las de un líder regional sin futuro. Ayer Feijóo dijo muy serio mirando hacia sus compañeros valencianos que ya no caben «más errores». Y es verdad: no caben más. Es curioso comprobar cómo al líder del PP lo sucedido en Valencia le ha pillado con las gafas recién quitadas, no se sabe si escaso de autoridad como un profesor suplente o si perfeccionando su propio ninot para la quema.
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