En los últimos años hemos visto a empleados a los que un tuit desafortunado -o sea, uno por lo general muy idiota- les suponía el ... despido fulminante de su empresa. Cuestión de imagen, 'branding', identidad corporativa. Lo que no habíamos visto es que fuese el dueño de la empresa el que se pusiese a hacer saludos nazis frente al mundo, interfiriese en elecciones extranjeras a favor de fuerzas de ultraderecha y comenzase en su propio país una campaña de despidos de empleados públicos y recortes sociales que afectan, por ejemplo, a los veteranos de guerra. La diferencia es notable. Si los tuits desafortunados podían acarrear algún que otro problema reputacional, los saludos nazis lo que acarrean es que te empiecen a quemar lo que produces. Coches en este caso. Coches eléctricos y futuristas. Los coches de Elon Musk, claro, ese genio de Silicon Valley reconvertido a la velocidad del rayo en omnipresente asesor de la Casa Blanca más desaforada que hemos conocido. En Estados Unidos se atacan salvajemente concesionarios de Tesla, se tirotean 'cybertrucks' y se rayan coches aparcados en la calle. Mientras tanto, publicitan cómo se deshacen de ellos propietarios famosos como la cantante Sheryl Crow o Marc Kelly, expiloto de combate y senador demócrata que ha cambiado su Tesla por un Chevrolet por motivos no estrictamente automovilísticos: «Elon Musk resultó ser un imbécil, y no quiero conducir un coche construido y diseñado por un imbécil».

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Líder convencido de que todo se soluciona redoblando la ofensiva, Trump amenaza ya con 20 años de cárcel a quien ataque un Tesla y lo redondea sugiriendo que el «terrorista» cumpla su condena en El Salvador, en una de las cárceles «famosas por sus agradables condiciones» de Bukele. La deslocalización siniestra de los presidios es una forma de hacer América grande de nuevo. Llevamos tres meses intentando prever los destrozos que Trump 2.0 puede causar en el orden mundial y olvidamos que Estados Unidos es un país mucho más violento de lo que solemos tener en cuenta; uno que tiene la violencia incrustada de algún modo en su núcleo original. Llevamos tres meses intentando calcular los destrozos que Trump 2.0 puede causarle al mundo y estamos pasando por alto los que puede causarle a su propio país.

Bretón

Publíquese

La distribución del libro de Luisgé Martín sobre el asesino José Bretón está paralizada a la espera de la decisión de un juez. Ruth Ortiz, la exmujer de Bretón y madre de los dos niños asesinados, denunció la publicación del libro al conocer los primeros extractos promocionales. La ministra de Igualdad ya ha dictaminado por su cuenta que no se puede dar voz a quien mata a sus hijos para causarle el mayor daño posible a su mujer. Si la posición de la madre de los niños asesinados es siempre respetable, la de la ministra no tiene el menor sentido. La libertad de expresión es un principio fundamental de la democracia y la historia de la literatura está llena de casos en los que un autor intenta mirar frente a frente al mal. Por lo general, la altura del listón moral del intento coincide con la del talento del autor. Y aun así no parece probable que en este caso pueda incurrirse en la empatía hacia el criminal. Que en defensa del libro de Martín se cite infaliblemente 'El adversario' de Carrère nos recuerda lo que esta clase de embargos judiciales puede tener de efecto publicitario. Por los extractos del libro conocidos hasta la fecha, no puede descartarse que lo insostenible en el caso de Luisgé Martín no sea tanto la idea como la ejecución.

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