
Amor por los colores
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Maroan Sannadi recibe insultos racistas en el campo del EspanyolNo lleva quince días Maroan Sannadi jugando en el Athletic y ya ha recibido insultos racistas en dos campos. En el Benito Villamarín le llamaron ... negro y le mandaron «para África». Ayer en Cornellá le llamaron en cambio «puto moro». Sucedió cuando el balón salió a córner y el delantero se acercó al fondo del campo y también al de la especie humana. No parece haber imágenes del momento, pero no es difícil imaginar lo que hemos visto mil veces: un cretino violento que se desgañita transformando en furia las emanaciones de sus vertederos íntimos.
Iñaki Williams, en la zona por razones ofensivas, oyó el insulto y avisó al árbitro, que activó el protocolo antirracismo. Se hace cruzando los brazos al estilo de Wakanda. Hace cinco años fue al propio Williams al que en el campo del Espanyol le dedicaron el sonido ese que se supone hacen los monos. Aquello terminó con dos individuos identificados y con la Fiscalía interponiendo una querella. El proceso se nos anunció como pionero y por lo pronto está siendo interminable. En cualquier caso, demostró algo importante: el fútbol podía dejar de funcionar como parapeto y amplificador de las psicopatías que hay quien camufla tras el supuesto amor a un club.
La paradoja del aficionado xenófobo es que el tono de piel le escandaliza solo en el rival. Ayer Iñaki Williams recordó que en el Espanyol juega Omar El Hilali -que por otra parte es de Hospitalet como Maroan Sannadi es de Vitoria: absolutamente- y que el gran Tommy N'Kono es una de las leyendas del club barcelonés. Debe de ser grande el desconcierto del forofo racista cuando un jugador negro hace un partidazo tras otro y se confirma como figura indispensable. Lo que debe sufrir entonces ese cerebro devastado. ¿Cómo vas a gritarle que se vaya a África si te está llevando él solo a la Champions? Que tus gritos en público contra un semejante al que intentas humillar por su color de piel puedan llevarte a ti frente a un juez es nuevo pero muy lógico. La justicia poética llega sin embargo un poco antes. Concretamente, cuando un equipo identifica y extrae de la grada con precisión quirúrgica a uno de sus abonados para ponerlo en la calle. Dicho de otro modo: cuando el club de tus amores te informa con frialdad administrativa de que eres un indeseable.
Navalni
Ha pasado un año desde que Alekséi Navalni apareció muerto en la cárcel del Ártico a la que había sido misteriosamente trasladado. Unos centenares de personas se acercaron ayer al cementerio Borísov de Moscú y dejaron flores en la tumba del opositor. El miedo está ya tan extendido en el país que ni siquiera hicieron falta uniformes en el cementerio para evitar homenajes. Bastó al parecer con el aviso de que se sacarían fotos y se confeccionarían listas. Ahora que parece que llega la hora de negociar, no está de más recordar quién es exactamente Putin y cómo maneja el poder. Digamos que, después aparecer Navalni muerto «por causas naturales», son sus abogados los que han sido encarcelados. Que todo crimen aumenta su rentabilidad al ser usado como advertencia explica el modo en que el Kremlin oscila en estos casos entre la ironía y la exhibición. Navalni era para muchos rusos la única alternativa realmente posible a Vladímir Putin. Por ello fue perseguido, envenenado y encarcelado. Un buen día dejó de respirar en una cárcel a mil kilómetros de Moscú. Tras su muerte, Joe Biden dijo que Putin es un asesino. Lo último que le hemos escuchado a Trump es que van a alcanzar grandes beneficios trabajando juntos.
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