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Los Vance llegan de visita a una base militar a 1.200 kilómetros del PoloUsha Vance, de soltera Chilukuri, iba a asistir hoy al Avannaata Qimussersua, pero al final tiene que conformarse con Pituffik. Pensarán que me está dando ... un ictus, pero es solo la situación mundial. Usha Vance es por su parte la esposa de origen hindú del vicepresidente de los Estados Unidos: la segunda dama. El Avannaata Qimussersua es una famosa carrera de trineos tirados por perros que se celebra en Sisimiut, la segunda ciudad de Groenlandia. Y Pituffik no es un pariente inuit de Papá Pitufo, sino una base militar americana situada en medio de la nada ártica a mil doscientos kilómetros del Polo Norte. La segunda opción.
La primera opción para Estados Unidos era que Usha Vance llegase a Groenlandia y visitase calles y museos sonriendo como solo un estadounidense sabe hacerlo, mostrándose fascinada por la cultura local, exudando patrocinios y murmurando «qué horror» cada vez que alguien hablase mal de Dinamarca. El problema es que a la segunda dama no le esperaban en la isla multitudes agradecidas sino desplantes y protestas, algo comprensible tras una campaña salvaje en la que el presidente de los Estados Unidos ha llegado a decir que «necesita» Groenlandia y no descarta tomarla por la fuerza. Así que en lugar de bonitas carreras de trineos, a la segunda dama le espera una base militar aislada. Y el peso político de la visita no lo aporta la gente local abrazando a Mrs. Vance -parece que incluso se han buscado sin éxito voluntarios- sino el vicepresidente J.D. Vance uniéndose a una expedición que el hijo mayor de Trump definió ayer como «un movimiento fuerte y astuto». Lo sería sin duda si la intención de la Casa Blanca fuese reforzar la relación entre Groenlandia y Dinamarca. Ayer el vicepresidente aterrizó en la isla, saludó a nadie y dijo que muy bonito pero que hacía «un frío que te cagas». Tras conocer cómo se maneja esta gente en los chats con información sensible a los que invitan sin querer a periodistas críticos, tampoco puede descartarse que los logros de Trump 2.0 terminen siendo, como en Groenlandia, inversos: la cohesión armada y federal de la Unión Europea, la ruina del prestigio de los gurús de Silicon Valley, el estallido del cansado corazón de Vladímir Putin incapaz de soportar ya más alegrías.
Alves
La valoración por ciencia infusa de sentencias judiciales es una de las peculiaridades de nuestra vida pública. El fenómeno es digno de verse: así sean absolutorias o condenatorias, en España las sentencias son confirmatorias. Nadie las lee, pero se adaptan como guantes a los prejuicios del opinador, que a veces es un vecino al que te encuentras en el ascensor y a veces un ministro al que te encuentras en la tele. Ayer se supo que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña revocaba la sentencia que condena al futbolista Alves a cuatro años de prisión por agresión sexual. Y al rato estaba la ministra de Igualdad dramatizando: «No se puede cuestionar permanentemente la voz de las mujeres». Se refería a la denunciante, aunque podría servir para el 75% del tribunal, formado por un hombre y tres mujeres, entre ellas la magistrada ponente. La anterior ministra del ramo, Irene Montero, lo que dijo instantánea fue que la sentencia «alegando que la víctima no es creíble» es «violencia institucional». Lo que vale exactamente esa chatarra lo conocemos con exactitud desde que hemos visto lo que hace gente cercanísima ideológicamente de la exministra cuando son ellos los acusados: alegar, claro, que la víctima no es creíble.
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