El miércoles Joe Biden confundió en un mitin a Macron con Mitterrand y a Angela Merkel con Helmut Kohl. Malditos europeos: son indistinguibles. Al día siguiente, furioso por la publicación de un informe del fiscal que le libra de lo de los papeles clasificados pero ... cuestiona su claridad mental y su memoria, Biden confundió al presidente de Egipto, Abdel Fattah al-Sisi, con el de México, Andrés Manuel López Obrador. Se ha montado un gran escándalo: la edad del Comandante en Jefe (81) se agiganta como problema irresoluble a nueve meses de las elecciones. Y desde luego no es fácil confundir a López Obrador con un egipcio. Pero tú a Al Sisi le pones un sombrero y un guitarrón y es indistinguible de un mariachi. «¿Por qué debe volver a ser elegido presidente?», le preguntaron los periodistas a Biden tras los lapsus y el informe… y los lapsus. «Porque soy la persona más cualificada para el cargo de todo el país», respondió enfadado. Durante un segundo incluso pareció pensarse si decirle al maldito Mark Twain que esas preguntas insidiosas se las hiciese fuera como un hombre.
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El fiscal Robert Hur describe en su informe a Biden como un «simpático y bienintencionado anciano con mala memoria». Como los jueces del Supremo parecen inclinarse por dejar que Trump se presente en noviembre, yo creo que sería justo que emitiesen un diagnóstico equivalente: «arrogante e insidioso anciano con mala moral». La biología puede terminar imponiéndose a la ideología en unas elecciones a las que Trump llegará con los 78 cumplidos y confundiendo hace unas semanas a Nikki Haley con Nancy Pelosi. Quince años después de que John McCain les pareciese demasiado viejo, los estadounidenses pueden verse obligados a elegir entre el señor mayor que cualquier día cree necesario pararle los pies a Hitler y el señor mayor que se pasa el día viendo la tele y alienta golpes de Estado en su propio país. El funcionamiento de la democracia más consolidada del planeta es sin duda virtuoso. Normal que en la entrevista con el bodoque de Tucker Carlson, Vladimir Putin no dejase de reír.
España
Seis años después de que Rajoy le ofreciese su tractor a Aitor Esteban, las ciudades se han llenado de tractores y los tractoristas incluso amenazan con acercarse a protagonizar la gala de los Goya. Recuerdo el episodio agropecuario en el Congreso por si tuviese algo que ver y aclarase de algún modo las cosas. Es que la protesta del campo, numerosa y transversal, ha cogido por sorpresa a los analistas de ciudad y no sabemos si los manifestantes son trabajadores o empresarios, revolucionarios o ultraderechistas, apocalípticos o integrados. La confusión es tal que ni siquiera los partidos saben encajar la protesta en su plantilla maniquea y todos sin excepción dicen estar del lado de los agricultores. Por eso los estrategas buscan estos días el modo de fotografiar al líder junto a un tractor o al menos junto a una cosechadora. Mientras tanto, las protestas amenazan con subir de intensidad y lo de la simpatía puede complicarse. Hoy en Madrid los manifestantes quieren llegar sobre ruedas hasta las sedes de PSOE y PP. Curiosamente, solo parece haber un lugar sin protestas, tractores ni chalecos reflectantes. En Gipuzkoa el campo está pacificado. Es la asombrosa excepción del País Vasco, de España y de media Europa.
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