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Lo que piden nuestros aspirantes a profesores no es que las oposiciones sean justas, sino que sean blandas. Exactamente lo contrario de lo que se ... les presume por definición. 'Dura' es un epíteto pegado al sustantivo 'oposición', igual que 'merecidas' acompaña invariablemente a 'vacaciones' o 'riguroso' es inseparable de 'luto'. Hasta ahora se habían criticado las oposiciones por considerarlas un sistema trasnochado, pero al menos se les reconocía cierta capacidad para seleccionar a los mejor dotados, dado su alto nivel de exigencia. Ahora se pide que sean unas 'oposicioncitas' donde no haya que demostrar un conocimiento profundo de las materias y donde los tribunales hagan la vista gorda a las faltas de ortografía, otra antigualla. Pero el caso es que todos queremos buenos profesores para nuestros hijos y nuestros nietos. Nadie de cuantos han puesto el grito en el cielo por el rigor de las calificaciones en las pruebas de este verano toleraría que no se juzgase con lupa a los candidatos a cirujano, a magistrado o a director de obras públicas. No es solo un problema de devaluación de la función docente por parte de muchos de quienes la ejercen o aspiran a hacerlo. Es que socialmente el saber ocupa poco lugar. El último acontecimiento político del país ha sido la elección de presidente en el partido más votado hasta ahora, honor que ha recaído en un investigado por tomar atajos en la obtención de sus títulos universitarios. No es novedad. Ya se ha comprobado que parte de la cúpula del PP ha ido dotándose a lo largo del tiempo de un robusto blindaje académico a base de influencias y favores que dispensaban del estudio. Varios miembros de ese partido lucen currículums envidiables ganados por procedimientos que no exigen hincar codos. Así se entiende que el culto al conocimiento se bata en retirada y hasta los malos docentes pretendan ser valorados en igualdad con los buenos. Es una confusión creciente a la que no es ajeno el desvío adquirido en los últimos años por los programas de formación del profesorado. Al sesgo ultrapedagógico, consistente sobre todo en rechazar la transmisión de conocimientos en favor del cultivo de valores y emociones en las aulas, se han añadido el fervor tecnológico y las prescripciones burocráticas. Se trata de un modelo en el que la docencia deja de ser un oficio del pensamiento para convertirse en un oficio del corazón. Un corazón, eso sí, sometido a reglamentaciones y estimulado por las descargas de la nueva religión digital. Se comprende que muchos aspirantes a profesores acaben creyendo que aprenderse el temario no es la mejor inversión, y que al verse cateados en las listas se sientan engañados por un sistema que los ha animado a trabajar en otra dirección. Quién iba a decirnos que en medio de tanto malentendido serían unas oposiciones las que pusieran las cosas en su lugar.
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