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He comprado una camiseta con el eslogan 'Free the Sea'. Un pequeño gesto contra la contaminación de los océanos. Especialmente de los plásticos. Según la etiqueta, está confeccionada en Sri Lanka, uno de los países que más plástico y residuos vierten a sus aguas interiores ... y al océano. Acabo de ver la estremecedora serie 'Chernobyl' sobre la explosión del reactor nuclear en la URSS en 1986. Fallo humano. Alemania anuncia el cierre de sus centrales nucleares en los próximos años. Pero seguirá importando energía eléctrica producida por nucleares de Chequia y Polonia a pocos kilómetros de su frontera y de menor calidad tecnológica que las suyas que va a cerrar. Sánchez anuncia que de los cuatro objetivos prioritarios de su legislatura, si consigue la investidura, uno será el cuidado del medio ambiente. Poco días después inaugura el AVE a Granada y regresa a Madrid en un avión que contamina más que un millar de vehículos diesel en lugar de utilizar el nuevo tren de alta velocidad. Son algunas muestras de la gran incoherencia que preside la ideología climática que mueve a millones de personas y que los dirigentes políticos manejan con grandes dosis de demagogia e incoherencia. Es un terreno abonado para ello. Las emociones se disparan cuando la televisión muestra mares de plástico, delfines muertos en redes de pesca, tortugas con anzuelos clavados en la boca. Hay pocas cosas en las que exista un mayor consenso mundial que la defensa de la naturaleza. Hasta el punto preocupante de que se está señalando al hombre como el gran culpable. Puede llegar el día en que llevar la compra en una bolsa de plástico acabe siendo objeto de malas miradas cuando no de una colleja administrativa.
Situar a la naturaleza por encima del individuo y de sus derechos empieza a ser la corriente dominante de cierto ecologismo radical. Hace unos días un oyente de Radio 3 grabó este mensaje de voz para un programa musico-social: «Ójalá caiga un meteorito y acabe con todos. No hay derecho a lo que están haciendo con el planeta». Se quedaría descansado, sin reparar en que el meteorito acabaría también con la naturaleza que se ha convertido en la nueva divinidad. Pero es un ejemplo de la confusión mental que está generando una cuestión que, como dice Alain Minc, «ha invadido la esfera pública de manera desordenada, mezcla de voluntarismo y de histeria».
Sánchez (el hombre que susurraba al oído de Ciudadanos) le declara una guerra al diésel sin reparar en el boquete que puede hacer en las plantillas de obreros de las fábricas que los montan. Llama a adorar el coche eléctrico sin preguntarse por el origen de la energía utilizada que puede ser una central de ciclo combinado que queme a toda pastilla carbón y petróleo que son los fósiles más contaminantes. Ahora el nuevo Ayuntamiento de Madrid revertirá 'Madrid Central', el símbolo ecológico de Carmena. Y al alcalde le llamarán facha. Pero ni cerrar Madrid solucionaba la contaminación, ni dejar barra libre al tráfico es el futuro. Hay que combinar el libre derecho a la circulación y el cuidado del aire. Ese es el reto.
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