La oficina en el sofá

A la hora de la videoconferencia, no se fíe de que controla el tiro de cámara del portátil: las cervezas, por precaución, siempre detrás de la pantalla.

Del mismo modo, llegado el momento de conectarse con sus compañeros de trabajo por 'Skype' para el 'briefing' de primera hora, cuidado con el pijama. Póngaselo, quiero decir. Sé que circulan códigos de vestimenta adecuados para videoconferencias, pero es mucho pedir. Llevar encima alguna vestimenta estando en casa ya supondrá en la mayoría de los casos un esfuerzo remarcable.

No se esfuerce en cambio porque se vean libros a su espalda. Sus compañeros de trabajo le conocen y ese plano solo les alarmará. Pensarán que, por alguna razón usted ha asaltado el domicilio de un académico.

Aunque tengan algo en cuenta: la ventaja de los programas de vídeo avanzados es en realidad que el resto de los participantes en la reunión apenas reparan en uno. Todos están el 95% del tiempo concentrados en el cuadradito de la pantalla en el que salen ellos mismos. De ese modo, sus palabras enumeran previsiones, objetivos y líneas estratégicas, pero sus pensamientos se centran en si les quedaba mejor el pelo más corto por arriba, en si al final su lado bueno es el derecho y en sacar morritos y adelgazar mejillas hasta conseguir la famosa mirada acero azul.

Pueden estar seguros de que, estos días, cuando se conectan por videoconferencia los líderes mundiales, incluso los autonómicos, sucede exactamente lo mismo. Con la salvedad de que todos los mandatarios dejan un rato de mirarse en el cuadradito para fijarse en Pedro Sánchez y flipar de lo guapo que sale hasta por 'webcam'.

No se asusten: tras estas reuniones virtuales, los funcionarios de alto nivel ya hablan entre ellos y lo organizan todo bien. Es por eso por lo que el fin del mundo no termina de llegar.

Ni se le espera.

Un juzgado de Manhattan ha condenado al productor Harvey Weinstein a veintitrés años de cárcel por un delito de agresión sexual y otro de violación. El antaño hombre intocable en la industria cinematográfica (Peter Biskind escribió que, si en Hollywood todos los productores son mafiosos, Wenstein era la mafia rusa) va a pasar sus últimos años en una cárcel de máxima seguridad. En su alegato final ante el tribunal, el antiguo magnate se aferró a un razonamiento que utiliza frecuentemente otro magnate, el que está al frente del país. Como Trump, dio a entender que desde la caza de brujas de McCarthy no se ha visto en Estados Unidos algo como lo que están haciendo a él. Qué ridículo es ver a un gran cazador haciéndose la presa. «Estamos atravesando una crisis que comenzó básicamente conmigo», aseguró ayer Weinstein, dejando a un lado que no acababa de condenarle la opinión pública, sino un tribunal de Justicia.

Cada Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo, el lehendakari hace un raro esfuerzo por interpelar a Bildu sin nombrarlo y apoyándose en Barrio Sésamo. Matar fue injusto. Matar estuvo mal. Matar malo. Matar no. Igual a Urkullu no le entienden. Él dice 'matar' y para Sortu, abreviando la perífrasis, los asesinatos eran «acciones violentas» que «ocurrían». Los crímenes consuetudinarios que acontecen en la rúa. El significado de los 'ongi etorri' es también de Barrio Sésamo, pero del siniestro:los que mataron no estuvieron nada mal.