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Ahora que nos vamos a ir todos de vacaciones, convendría que reflexionáramos sobre el odio. Creo que vivimos en un país enfermo de odio, de división y de confrontación. En España hemos hecho de la diferencia de opiniones un abismo teológico. Sí, teológico. Una cuestión ... de buenos y malos. Hay odio por todas partes. Es un odio que emana de la escena política y de la crisis económica. El otro día iba con mi coche por la M-30, cogí un desvío que obligaba a reducir a 40 km/h la velocidad, cosa que hice de manera inmediata, así que de 70 pasé a 40; pues bien, el conductor que iba detrás clavó las yemas de sus dedos en el claxon del automóvil. Lo vi por el retrovisor, me estaba insultando en una borrachera de improperios. Le señalé con el dedo índice la señal de límite de velocidad, pero él siguió pitando. Luego me adelantó y me insultó con la ventanilla bajada. Yo llevaba la mía subida y gracias a eso me ahorré la lista de injurias. Me las pude imaginar, eso sí.
El otro día vi que insultaron a la alcaldesa Ada Colau, quien en un programa de radio se echó a llorar porque habían herido sus sentimientos. La prensa le ha recriminado a Ada Colau, no sin razón, la falta de solidaridad que ella tuvo cuando profirieron los mismos insultos contra Inés Arrimadas. Si me insultan a mí me rasgo las vestiduras, si te insultan a ti me callo. Eso ha sido la historia de España y lo sigue siendo. Hacer política es lograr una sociedad en la que se pueda criticar todo sin necesidad de insultar y calumniar, eso es el progreso, eso es la modernidad. El tipo que me pitaba desde su coche quería que cometiera una infracción de tráfico. No es la primera vez que me pasa. La gente te pita si respetas el código de la circulación. En política pasa lo mismo. La gente te pita si respetas las leyes y la libertad del prójimo. Quieren que te saltes el respeto a la ley y a la democracia. Quieren que vayas a 70 donde pone 40 porque el tipo que puso allí una señal de 40 era un fascista o lo que sea. También todo esto tiene su punto cómico.
En la España actual no existe el debate político, lo que existe son las adhesiones fanáticas y las desafecciones agresivas. De modo que la política acaba perdiendo interés intelectual, porque se ha convertido en exhibición de dogmas. Qué gracia me hizo en el fondo el tipo que me pitaba porque respeté la prohibición de no pasar de 40. Me di cuenta de que era un conductor desesperado. ¿Adónde iba tan deprisa? Podríamos haber detenido nuestros coches en un desvío, en un bar de carretera, podríamos habernos tomado él una limonada y yo una horchata y habernos dado un abrazo. En vez de eso, nos odiamos. No hay cosa más cutre, antigua y casposa que el odio.
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