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Me enfrento a cada 'spin off', 'remake' o secuela de una obra que me ha gustado con cierto recelo y miedo. Y con 'Merlí' no ha sido menos, aunque detrás estuviera Héctor Lozano, creador de la serie, y la premisa se basase en los años ... universitarios de Pol, uno de los mejores personajes de esta ficción que en su día ofreció TV3. Estaba claro que aquel chulito de instituto guardaba una complejidad que todavía podía dar más de sí. Y vaya si lo ha dado. En eso se ha basado 'Merlí: sapere aude', esta vez bajo el cobijo de Movistar, que estrenó ayer los ocho capítulos de los que consta la temporada.
A esta continuación de 'Merlí' le cuesta arrancar (el primer capítulo sirve para dejar atrás el pasado y para encarar el futuro con nuevos personajes a los que de primeras no es sencillo pillar el punto, sobre todo al niño rico Rai y su entramado familiar), pero una vez se colocan las piezas y la maquinaria se pone en marcha la serie vuelve a funcionar. Y lo hace en un mundo un poco más complicado y perverso que el que vimos anteriormente, plagado de dudas, descubrimientos y renuncias propias de la edad de los protagonistas.
Y en esas nos vamos a encontrar a un Pol, que afronta la madurez con el reto de conocerse y adaptarse y lo va a hacer en un escenario no tan favorable como otros a los que estaba acostumbrado. Porque por primera vez va a sentir lo que es el rechazo. Carlos Cuevas construye un personaje sobresaliente, más dramático que en los años del instituto y que ha de comenzar a quitarse las máscaras que se había colocado hasta ahora para no reconocerse tal cual es. La producción se maneja a la perfección tratando temas como la inmigración, los desencuentros familiares o la búsqueda de la identidad sexual. Ese es su principal valor y por suerte lo sigue conservando.
En el camino se va a encontrar a la Bolaño, la profesora que asume la difícil labor de actuar como el relevo de Merlí. Y lo hace con nota, gracias a la interpretación de la estupenda María Pujalte y al propio papel, que navega entre la excentricidad y el patetismo sin desentonar en ningún lado.
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