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La paz social que se vivió en España durante la dura y prolongada crisis sufrida bien podría ser calificada como ejemplar. Los ciudadanos -excepciones nunca faltan- metabolizaron las dificultades y, estuvieran o no de acuerdo con la forma de afrontarlas, soportaron la austeridad impuesta con ... paciencia. Pero, aunque parecía que nunca iba a terminar, la crisis pasó, algunos datos económicos lo certifican y el Gobierno lo alardea y se atribuye el mérito colectivo que lo hizo posible.
Y ahora comienza una nueva etapa, lógica y previsible: la de las reivindicaciones que permanecían latentes y otras nuevas fruto de la evolución de una sociedad que necesita abrir puertas a las generaciones sacrificadas y a las nuevas que buscan incorporarse a la normalidad de una familia, al desarrollo de una profesión y sumarse al mercado de trabajo en condiciones, primero dignas, luego debidamente remuneradas y finalmente con futuro.
Sin embargo, y no deja de ser curioso, han sido los mayores, no tanto los jóvenes, los jubilados que ya no tienen otra perspectiva de mejorar ni siquiera de sobrevivir que el mantenimiento de las pensiones -que se han ganado cotizando- y de no perder su poder adquisitivo, los primeros que han roto con el conformismo y, quizás conscientes de que los argumentos no tendrían efecto, salieron a la calle en defensa de sus derechos.
No son los únicos. Ya son varios los colectivos sociales que empiezan a demandar que si la situación es mejor, también a ellos tiene que tocarles algo. Las cifras de aumento de beneficios de los bancos y de las grandes empresas les cargan de razones para reivindicar no ser los últimos en empezar a notarlo a fin de mes. Los propios Cuerpos de Seguridad del Estado, Guardia Civil y Policía, encabezan estas pretensiones con el argumento añadido de la comparación con los salarios de sus colegas autonómicos.
Los funcionarios públicos, cuyas remuneraciones han permanecido congeladas y sus pagas extra suprimidas o aplazadas, también aspiran a que esta política de restricciones termine. Los precios, mientras tanto, no esperan y desde la alimentación para abajo todo va subiendo de manera más o menos perceptible. Quienes hacen la compra lo han notado sin que en la mayor parte de los casos los ingresos hayan aumentado.
También han surgido entre tanto nuevos movimientos sociales y se han reactivado otros que permanecían aletargados. El más ostensible son las justas reivindicaciones feministas de igualdad, empezando por la brecha salarial que muchas padecen. La huelga de mañana no podrá quedar en una anécdota. Las mujeres tienen muchas razones para protestar. Y lo mismo que ocurre con la crítica ciudadana al aumento de la desigualdad que la globalización y las nuevas tecnologías tanto estimulan.
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