Hay cosas que se dicen nuevas y no lo son, y otras que definen un cambio y no reciben tal calificativo. La «nueva normalidad», eslogan para designar la actual situación de la pandemia, sería un ejemplo de lo primero, ya que por desgracia si la ... vida de nuestra sociedad es normal, lo es solo en la superficie, mientras el peligro renace. En dirección opuesta, los comentarios sobre las recientes elecciones gallegas y vascas insisten una y otra vez en el factor estabilidad, como si todo se mantuviera igual que antes; no perciben que por debajo de esa calma se ha perfilado un cambio en las relaciones de fuerza políticas, augurio de un porvenir más conflictivo.
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En ambos casos con un ascenso del componente nacionalista, que viene a modificar en esa dirección la naturaleza de los respectivos subsistemas políticos. El más claro indicio de tal orientación es la regularidad con que se registran los ascensos de BNG y Bildu, por encima del marco sociológico y de las tendencias anteriores del voto. Idoia Mendía acaba de hacer unas sorprendentes declaraciones, en las cuales sugiere la culpabilidad de los electores por ese hecho en Euskadi, hasta el punto de que determinados votantes, inequívocamente los de Bildu, debieran mirarse al espejo. Tal vez no ha pensado en que si hay barra libre para votar Bildu, en los planos moral y político, o sin tantos obstáculos para votar BNG, ello se debe a que Pedro Sánchez ha tomado la senda de Esaú, asumiendo alianzas impropias, y de forma reverencial, con ambas formaciones por unas lentejas en las votaciones del Congreso. Si Bildu es una organización respetable de izquierda al votarte, lo es también para ser votada. En el caso del BNG, el reconocimiento socialista no tiene que pasar por las horcas caudinas de un pasado de terror, pero con el independentismo ya podría bastar para marcar distancias.
El subsistema político respondía hasta hace diez años en Euskadi a una dualidad, con cierto desequilibrio entre el sector nacionalista mayoritario y el constitucionalista. Ambos a su vez divididos en su interior. Como el que ahora se define en Galicia entre PP y BNG, con el PSOE de invitado. Aquí bastaron la deriva soberanista de Ibarretxe y la ilegalización de Batasuna para que la balanza se inclinara hacia el constitucionalismo. Ahora el subsistema político vasco no es soberanista, pero sí nacionalista, y con Bildu en condiciones de presentarse como un nacional-socialismo (no nazi, por supuesto) en competencia abierta por el poder. En las próximas municipales, puede llegar la hora del «Zutik» de verdad. Y ante esa posibilidad, el PNV aceptará el frente nacional por el nuevo Estatuto, para no verse desbordado.
En ese marco político estrictamente nacionalista, el papel del PSOE es en la forma de partido-bisagra, aunque dada la necesidad de los votos del PNV en Madrid, se convierte en simple subordinado. Cabe pensar que esa misma dependencia limitó en gran medida la capacidad política del Gobierno de Patxi López. El atractivo de una fuerza política relegada a esa subalternidad es mínimo y por eso en Euskadi, pero también en Galicia, el PSOE aparece tras el voto del domingo como un partido anquilosado, unido a una implantación declinante. Ver en qué ha quedado la margen izquierda resulta patético. El cambio tecnológico intervino; la obsolescencia ideológica también.
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Los derrumbamientos de PP y Podemos, ambos del todo explicables, se abren asimismo a una nueva estabilidad. El PP vasco se instaló desde hace años en el 'casadismo', esto es, creer que vale con decir 'no' a todo, lo cual solo conviene a las franjas de edad más altas. El avance de Bildu y el dominio del PNV en la Álava rural nos hablan de un partido en vías de marginación. La candidatura de Iturgaiz es también emblemática.
Por su parte, Podemos ha mostrado su condición de cometa político, que intenta vender mercancías opuestas entre sí. Iglesias ama a España y ofrece a todos «derecho de decisión», alineándose con un independentismo al que tampoco pertenece; impulsa la espontaneidad de las mareas y luego las controla con mano de hierro, igual que a sus filiales, vasca o riojana, reservando el poder solo a sus fieles. Para tanto baile, resulta lógico que la juventud radical opte por la fusión de un populismo de izquierdas con el sueño independentista.
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Iglesias es un excelente demagogo, aunque con ideas y modos envejecidos. Ejemplo: cuando tras las derrotas del domingo acude al tópico estaliniano de la necesidad de «la autocrítica» y de reconocer «errores». Nunca nos los contará porque, como dijo un político, «los jefes no se equivocan». Y él es por encima de todo un jefe. Ahora en el Gobierno, toca sosiego, en espera de la ocasión en que pueda sacar las garras del guante para recuperar popularidad. En el Presupuesto, gran ocasión para ello y banco de prueba para la estabilidad del Gobierno.
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