Hará algo más de un año, antes de que la vileza y la negligencia convirtieran muchas residencias de ancianos en morideros, un hombre muy mayor vestido con traje y corbata se me acercó y me habló. Tenía una cara triste y movía la cabeza en ... un breve gesto de afirmación que repetía sin cesar como si estuviera sobre una superficie que vibra. Supuse que era el efecto de un mal de Parkinson avanzado. Noté que también le afectaba a la dicción. Don Ernesto, llamaré así al atildado anciano, me explicó que había sido amigo de mi padre y que sabía que murió. Me contó que vivía en una residencia desde que se había quedado viudo. Pero me había abordado por un motivo muy concreto. «Me enteré de que vives aquí, en el Casco Viejo. Por fin te encuentro. Te he buscado durante bastantes días porque quería darte esto». Sacó de un bolsillo interior de la americana una enorme navaja, que me entregó cerrada. Añadió que mi padre se la regaló, que viviendo en la residencia no quería conservar muchas cosas y que había pensado que lo más adecuado era dármela a mí.
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Se notaba que la navaja era bastante antigua y no era nada bonita. El mango tenía una parte de madera basta, otra metálica y la tercera de hueso. La abrí y daba miedo. La hoja era estrecha, por lo menos de 20 centímetros de longitud y terminaba en una punta agudísima curvada por el lado del filo. Que no estuviera afilada le restaba ferocidad. Tenía una palanca en la unión de la hoja con la empuñadura para que se mantuviese abierta con firmeza. Desde luego no estaba pensada para cortar pan ni chorizo; era un arma con todas las de la ley. ¿Para qué quería yo aquello? Pero acepté la voluntad de aquel hombre y la extraña herencia por persona interpuesta. Mi padre tenía varios abrecartas, cortaplumas y pequeñas navajas, pero aquel tremendo facón, que podía haber sido de un porteño malevo o de Pascual Duarte, no le pegaba en absoluto.
La posesión de la imponente navaja me llevó a volver a leer 'Hombre de la esquina rosada' y los demás cuentos sobre cuchilleros de Borges. Disfruté de manera especial con la relectura de 'El encuentro', en el que son una daga y un cuchillo, que pertenecieron a dos antiguos enemigos que no tuvieron la oportunidad de enfrentarse en duelo, los que mandan y dan pericia a dos nuevos duelistas que los esgrimen. Utilicé el largo filo como peculiar marcapáginas en las viejas ediciones de Alianza de bolsillo con las espléndidas cubiertas de Daniel Gil. La navaja no había vuelto a mirarla ni abrirla hasta escribir este artículo. Y a don Ernesto, que ha burlado al virus en la residencia, lo saludé el otro día.
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