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La guerra civil de Yemen dura ya cuatro años. Los rebeldes hutíes son una milicia irregular con pocos medios pesados y sin aviación. Sus adversarios gubernamentales son una fuerza similar, con más armas pesadas. Los saudíes son un ejército para desfiles. Tienen muchísimas armas, pero ... eso es todo lo que tienen. Por eso la guerra ha consistido en un obtuso aporreamiento mutuo.
Gracias al apoyo saudí, el bando gubernamental se va imponiendo lentamente, pero a costa de arrasar el país. Ahora la coalición antihutí se acerca al puerto de Al Hudaydah, en el Mar Rojo. La caída de la ciudad impedirá que los huties reciban armas desde Irán, pero también impedirá que la población civil reciba comida, medicinas, carburante…
El martirio de los civiles es en parte el resultado de la incompetencia militar. Siendo iguales las fuerzas involucradas, un comandante competente, con un ejército bien organizado, habría conquistado el territorio rebelde con rapidez, reduciendo sustancialmente la destrucción y las bajas civiles. Ahora bien, ¿por qué luchar? En agosto de 2014 las protestas arrancaron por la supresión de subsidios a la gasolina, pero los hutíes las instrumentalizaron para exigir una tajada mayor en el reparto del poder, especialmente en la demarcación de las nuevas provincias. Cuando esas demandas no fueron atendidas, se alzaron en armas.
El movimiento hutí, llamado oficialmente Ansar Allah –los partidarios de Alá– es la obra y el instrumento de una familia poderosa, los Al-Houthi. Partieron de una base tribal, típica de la arcaizante sociedad yemení, pero lograron ir mas allá mediante la manipulación mística de la minoría religiosa zaidí, chiíes quintimanos. El actual líder, Abdul-Malik Badreddin Al-Houthi, es a la vez caudillo tribal, señor de la guerra, jefe de partido tradicionalista-regionalista y al mismo tiempo una especie de sumo sacerdote, supuestamente ungido por Dios para gobernar el país.
Los hutíes fueron creados en 1992 bajo el disfraz de un movimiento pacífico y tolerante, dentro del contexto de un revivalismo zaidí. Rápidamente se transformó en un movimiento armado que organizó varias insurrecciones contra el Gobierno. La guerra actual empezó en 2014 como otra más de esas sublevaciones. Por lo tanto los líderes hutíes son culpables de gran parte del actual desastre humanitario, incluyendo la destrucción que va a sufrir el puerto de Al Hudaydah, donde viven unas 600.000 personas.
La incompetencia militar no es la única razón de la brutalidad de la guerra. No todos los zaidíes apoyan al hutismo, pero desde el punto de vista del Gobierno, cuanto más machacada sea la población zaidí, menos ganas les quedarán de sublevarse por enésima vez. Al mismo tiempo, los zaidíes no tienen nada que ver con los chiitas duodecimanos de Irán, pero los saudíes tienden a perder los papeles cuando tropiezan con un movimiento armado chií. Se mezclan el viejo sectarismo wahabí, que piensa de los chiítas lo mismo que los nazis de los judíos, y no es ninguna exageración, con la creciente rivalidad geopolítica entre Irán y Arabia Saudí, con los iraníes como claros favoritos para la victoria total.
En pocas palabras, la población yemení padece lo indecible porque es mucho más cómodo dejar que mueran a mansalva que resolver los problemas geopolíticos regionales, mezclados con las mezquinas ambiciones de poder de despiadados caciques locales.
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